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viernes, 15 de julio de 2022

LA GRAN FAMILIA DEL BARBIJO, relato pandémico


pensaba en la cualidad de lo entrañable de esta cuarentena. Percibo cómo me he hecho amiga de la cajera del supermercado Día, hoy hablando con ella y con los contertulios que hacían cola en el super como si todos fuéramos de la gran familia del barbijo. Con Sergio el kiosquero, con la vecina esa que me resultaba desagradable y me ofreció ayuda una tarde en la puerta, no sólo a mí, sino a todo aquél que pudiera necesitarla en el edificio. Pensaba en los nuevos verduleros que frecuento y en la dietética que descubrí a la vuelta, -una caja de tesoros para halagarse cada vez que uno pueda permitírselo-, pensaba en la mayor disponibilidad para escuchar a los otros, a los amigos, estar más cerquita, más al tanto de las vidas que descuidamos en nombre del deber.

Pensaba en el cotidiano de facebook, los encuentros con tantos comentarios de gente que no disponía de tanto tiempo para compartir,  de cómo esto se ha transformado en un amable salón de estar con guitarreada y recital de poesía del más alto nivel. En la familiaridad que vamos adquiriendo casi sin querer, en que tal vez el mundo de entrecasa es más amable en más de un punto.

Pensaba en el amor por el cine y el compartir los gustos cinéfilos, las impresiones de lo observado y vivenciado, las series, en fin...

En lo azaroso y lo porvenir, en los vínculos que nos acompañan y en el vínculo con nosotros mismos, cómo van cambiando de textura y de calidad al atravesar las distintas fases de este tiempo sin tiempo que tal vez por eso en algunos aspectos sea también más intenso, más auténtico, diferente, suspendido, etéreo pero no tanto, inconsistente o denso, repleto de aprendizajes, de saltos y cascadas, de tormentas y arco iris, de playas mentales y remansos del corazón, de agitaciones de ahogado que manotea creyéndose cerca de su final y de resurreciones y naceres.

Pensaba en el prohibidísimo tiempo de no hacer nada que se nos obsequia a algunos, en la posibilidad de estar al cohete con permiso, de mirar al techo y cebar mate, de escribir o más bien bordar anotaciones cotidianas que acaso marquen inicios a lo porvenir. Y en el zoom exasperante que ahora es el amigo del día a día: el zoom que me permite hacer yoga, cantar en el coro, hacer el seminario de inteligencia emocional y también  biodanza. En la cámara que me falta y que me permite hablar desde la más profunda caverna sin rostro a quienes no me conocen en persona.

Pensaba en lo que canta y lo que decanta, en bailar como hábito reciente y cotidiano casi, primero para mover el tujes y luego porque es divertido. Pensaba en el acercamiento de algunas personas que pasaron por mi vida y que me están regalando un reconocimiento inesperado, lleno de afecto.

Pensaba que pareciera que hace dos minutos que volví de vacaciones. Pensaba que hace cuarenta años que volví de vacaciones, o dos horas, o un mes, depende el día. Y que aunque uno no sepa bien nada de nada, un abrazo siempre es un abrazo, y en que hoy el mundo sí que es nuestra patria indudable, somos simples provincias de una misma pandemia, y por primera vez en la historia de la humanidad, la historia de toda la humanidad es la nuestra.

(continuará)


(escritos reencontrados, tomado de facebook, junio del 2020)




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