Cuando ayer me dispuse a ir al MALBA a ver la muestra de Yente y Del Prete, titulada Vida venturosa, lo único que sabía era que me resultó interesante por la obra plástica con que la presentaban, porque a Del Prete lo visité poco cuando estudiaba Bellas Artes, y porque a Yente no lo conocía en absoluto. También me gustó eso de la vida venturosa. Me gustan lo venturoso y lo aventurado, y aunque etimológicamente parece que “ventura” como palabra, en sí misma no promete más que el advenimiento de algo que no ha sucedido aún, el agregado del sufijo “oso/a” indica abundancia, por lo que una vida venturosa sí indicaría que la ventura en este caso ha sido buena.
Después de pasar por un puesto de flores y observar la belleza de los tulipanes y su colorido alegre y variado, llegué a la entrada del MALBA, y esperé a mis dos amigas. Ya había sacado algunas fotos de los tulipanes, así que andaba con el celular en la mano. Garuaba, suave y constantemente, y el cielo estaba gris. Y sin embargo en medio de la explanada desierta una pareja se besaba. Sólo él y ella, ella y él, bajo la llovizna, en medio del gris, sin parar y suave, largamente como la lluvia, se abrazaban y besaban. Me sorprendí. Ni mis amigas llegaban, ni la llovizna dejaba de caer ni la pareja de besarse, y quise registrar ese momento que sentí sagrado.
Eran apenas un punto en medio del metal de la gran escalinata. Ni yo sabía bien a qué le estaba sacando fotos, dada mi escasa visión. Tomé unas cuántas, e iba cambiando de lugar para ver cuál de todos mis intentos captaba el beso de esos dos seres mientras me preguntaba acerca de lo que podrían estar sintiendo. ¿Sería como un momento fuera del tiempo, o tal vez como parar el tiempo? Absolutamente inmersos en el presente y sin importarles nada más que eso que estaban generando en sí mismos, imposible imaginar que esa magia estuviera irradiando y tocándome también de algún modo.
Era llamativo que mientras yo subía y bajaba la escalinata y cambiaba de ángulo silenciosamente, la pareja no cambiara de quehacer; apenas brevísimas interrupciones de ese beso que no era el de Rodin, para poder respirar.
La magia de esa escena era enorme. No sé si más gente se habrá detenido a mirarlos, pero a simple vista todo el gentío transcurría puertas adentro.
Fui subiendo las escaleras y entré, saqué mi entrada. Luego mis amigas llegaron. Ya la pareja se había ido.
Al subir al segundo piso los carteles explicativos nos contaban que Yente no era un él, sino una ella, la mujer de Del Prete. Que la pintura con que se había elegido presentar la muestra se llamaba “El abrazo”, que ambos estuvieron juntos más de cincuenta años, experimentando con la plástica y la vida, que no tuvieron hijos, que ella, obviamente, por su condición de mujer y el momento histórico, quedó bastante relegada en cuanto a la trascendencia de su obra. Y que “la vida venturosa” aludía a una serie de pinturas de Yente en donde narraba, -a modo de historieta-, con ternura y humor y valiéndose de otros nombres, quiénes eran ellos antes de encontrarse, cómo sentían, a qué se dedicaban, y cómo se vio modificada la vida de ambos a partir de su encuentro. Yente era amiga de los hilos, del tapiz, del bordado, y a diferencia de Del Prete, utilizó este recurso combinándolo con la pintura en muchas de sus obras.
Fue así como me quedé impregnada de todo el impacto alegre y delicado del conjunto, los colores de los tulipanes, de los collages, los hilos y la garúa, un abrazo y un beso interminables, la vida venturosa de quienes se encuentran, la danza de lo efímero y de lo eterno conjugándose en lo que se quedará en la memoria para siempre, la pregunta de cuántos besos como ése construirán el paraíso al que iremos algún día, la muestra de arte tejida con nuestras vidas, los momentos que quedarán como obra, más allá de nosotros, irradiando.
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