Langsam significa lento en alemán. En algún momento leí partituras, y siempre, siempre me fascinó esa palabra: langsam. Mucho más que lento, o slow… No sé: siento que representa mejor la lentitud.
Nuestro mundo cada vez es más rápido, visual y competitivo. Creo que quizás esas tres características lo definirían bastante adecuadamente. La mayor parte de la gente que conocemos se cría y modela en esos parámetros. Aunque creo que olvidé la palabra más importante: uniforme.
Quedaría así: rápido, visual, competitivo y uniforme. Y luego a la tumba.
La eficiencia suele estar asociada con la rapidez. El que es lento, suele sufrir bulliyng, o sea, ser ridiculizado. Aclaro, porque también nos uniforman en las palabras que usamos, y nos dejamos uniformar.
Ser más lento que los demás no está bien visto. Rapidito rapidito, y así todo. Escuchamos rápido, contestamos rápido, reaccionamos rápido, jugamos y reflexionamos rápido, y eso, creo yo, no es bueno.
El que escucha rápido, muchas veces no escucha lo más importante, o distorsiona, el que contesta rápido muchas veces agrede, el que reflexiona rápido muchas veces no tiene ni autocrítica, ni se disculpa, ni sopesa sus argumentos, y el que juega apurado no juega.
El predominio de lo visual nos deshumaniza, porque lo mejor que tenemos, nuestra vida, la vivimos para la foto. Lo cual no significa que no sea lindo e importante sacar fotos porque se nos da la gana. El problema es cuando sólo y tan sólo se lo hace para aparentar, para publicar y que otros vean, sólo y tan luego vean, una felicidad en dos dimensiones.Plana.
El que compite, compite por ser su mejor versión, por ser considerado un buen tipo o una buena mina, por ser amable, prestigioso, educado, o quizás por ser triunfador, poderoso en algún área de la vida, etc, etc. Y todo eso no se conquista sin una enorme dosis de uniformidad: porque para pertenecer, para ser elogiado masivamente, hay que parecerse a otros.
Y el que desentona, no entra en el club.
Por lo cual, comprar recetas es lo mejor para pertenecer a los peores o a los mejores clubes: responder a lo que se espera de uno, y tratar de entrar dentro de la foto aunque la sonrisa se nos escape.
Hace poco vi una escena en La Toma: un matrimonio de edad madura iba paseando. Parecían primerizos en el lugar. A la señora las piedras la ponían muy pero muy incómoda en su andar, y no sé si tal vez tuviera algún otro padecimiento, ya que le imploraba al marido que le diera tiempo para subir y sobre todo que no insistiera en sacarle fotos porque se sentía muy mal. Se la veía visiblemente incómoda trepando sin práctica ni mucho gusto por piedras un poco hostiles de encarar y bajo el sol aún más. Yo los observaba desde mi lonita color salmón el día de los pájaros negros.
El hombre insistía: la calmaba, y la convencía de sacarle las fotos que él consideraba necesarias. La última que le tomó delante de mi vista era en una pose que él le dictó, como si ella estuviera escalando o algo así, y ella sonrió para esa foto como si se estuviera sintiendo enormemente feliz y exitosa en su andar.
Después volvió la queja, y la mueca de molestia.
Yo pensaba en todos los que luego miraremos fotos así, en días de esos en que nos sentimos la peor criatura del universo, envidiando una felicidad ilusoria, inexistente. Ignorando lo que quedó tras bambalinas. Gracias a diosito y a mucho trabajo personal ya no integro ese club, el de miradores de fotos nostalgiosos de una felicidad siempre ajena. Pero formé parte de él, y sé lo que se sufre. Con o sin fotos, somos lo suficientemente crueles para inventarnos felicidades completas y desgracias completas, pero eso es otro cantar.
El caso es que la lentitud, para escalar un cerro o para mirar detenidamente una foto, una expresión facial, o para disfrutar de un paisaje sin presionar a nadie, ni a uno mismo, es algo sumamente necesario.
Más nos vale ser rápidos a la hora de reaccionar para salvar una vida, pero no a la de regodearnos en cualquier belleza, más nos vale que no nos falte nunca la lentitud necesaria para percibir y deleitarse en los detalles, en la observación de lo importante, desplazando lo que no lo es, en la recepción de lo significativo separándolo adecuadamente de lo anecdótico, en el discernimiento de lo que es vivencialmente importante para nosotros, de lo que es importante en quienes amamos y los hace necesarios en nuestra vida.
Sin eso, nos iremos convirtiendo en coleccionistas de errores e imperfecciones, propios y ajenos, en malos amadores, en amadores y armadores de conflictos inauditamente innecesarios, en sujetos convertidos en objetos por la más sutil de las colonizaciones: la de la sensibilidad.
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