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lunes, 3 de octubre de 2022

PUNTOS DE VISTA


Sigo haciendo en diferido el seminario sobre Jung que impartió Virginia Gawel, y que como una estrella sigue brillando en cada video, en cada texto. Voy arribando al final. No pude trabajar al unísono, y en un punto desplacé mi viaje. Acabo de escuchar dos clases juntas, y además de emocionarme, lo que escucho me asombra, paraliza el pensar aunque haya pensar.

Pienso en Freud. En Lacan. En Winnicott. Gente de la que no he leído más que frases sueltas. Pienso en mi experiencia de paciente desde mi más tierna infancia de un modo tan continuo que casi es alarmante la escasez de períodos carentes de terapia. Pienso en mis últimos veinte años de buen psicoanálisis, y también pienso en otros años anteriores de paradigmas totalmente diferentes. Pienso en la curiosidad enorme que me provocaría tratarme con un terapeuta junguiano y me río de pensarlo nomás. Tal vez porque creo o quiero creer que mi vida ya se ha tornado junguiana sin darme cuenta yo.

Recuerdo mis tiempos de Bellas Artes. Una de las cosas que más me asombró fueron mis primeras clases de dibujo del natural, o sea: cosas. Observación y representación de cosas. Objetos reunidos con buen sentido de la composición. Y luego el profesor pasando atril por atril y sin problema alguno borrando de un plumazo casi literal, -sería de un "trapazo"-, la carbonilla tan prolijamente dispuesta como si se volara la tierrita de un mueble. Y su voz diciendo: esto termina acá, no aquí. Esto no es redondo. Pinte lo que ve, no lo que sabe.

Si hay alguien acostumbrado en este mundo a observar lo que ve, no lo que sabe, ese alguien será un escultor, más que un pintor o un dibujante. El escultor recorre físicamente los distintos ángulos de su objeto-obra, porque bien conoce que no es lo mismo ver una botella,- por nombrar una cosa cualquiera-, desde abajo, que desde la misma altura, o desde arriba.

Después él hará con su obra lo que mejor le parezca, pero lo cierto es que el amor por la verdad requiere el esfuerzo de imaginación al menos, de poder considerar posibilidades no contempladas en las apreciaciones que hacemos sobre las cosas, y ahora cuando digo cosas, ya me estoy refiriendo a sucesos, externos o internos.

Me parece observar que en general las confrontaciones tanto políticas, comunicacionales, emocionales, científicas y teóricas en general, surgen de una escasez de observación y de imaginación.

Cuando Freud mira desde abajo, Jung está mirando lo mismo desde arriba, y los dos miran bien. Cuando la homeopatía mira desde un ángulo, la alopatía lo hará desde otro, y desde otro a su vez la medicina china.

Me vengo a enterar entre tantísimas cosas de este seminario, que por ejemplo, el idioma tibetano ha llegado a números que nos producirían un shock para designar distintos matices de, por ejemplo, un estado interno cualquiera (angustia, dolor, alegría, tristeza, etc). Mientras que entre nosotros existe una hiper simplificación de las situaciones internas, para los tibetanos el mundo interno excede en tamaño y complejidad al externo, por lo cual las palabras que nacieron para designar estados intrapsíquicos serán luego aplicadas al mundo externo a la psiquis humana.

En el Tibet se exige a quienes pretendan aprender el idioma como condición absoluta, que estén dispuestos a trabajar sobre sí, porque el idioma forma parte de una práctica.

Quiero decir que hay muchas formas desde donde mirar la vida, y esa riqueza debería invitarnos a la audacia de desear ver con los ojos del otro, de sentir con su piel, simplemente para estar en condiciones de comprender el más vasto abanico de las vivencias humanas, aunque no podamos (ni debamos) no sólo justificar todas, sino simplemente encarnarlas.

INTERSOMOS. Dice una y otra vez Virginia, citando prolijamente a todos los sabios conocidos y por conocer que plantearon desde hace muchos miles de años la interdependencia fenoménica de todo lo que acontece. Eso, dicho junto con el respeto por la ignorancia respecto de muchas teorías que hoy se invocan con liviandad sin tener la menor idea, ya que poquísimos de nosotros estaríamos en condiciones de hablar con propiedad de física cuántica por dar un ejemplo corriente.

Ese respeto por el mar, por el misterio, y ese amor por el mar y el misterio, esa invitación a mirar la realidad con cuidado, como escultores o dibujantes atentos, no como quien cree saber y presupone, sino como quien desea captar la belleza de los matices, de las diferencias, de la diversidad y a la vez coherencia de lo real. 

En resumen, Freud y Jung, en vez de Freud o Jung. Y Sócrates paseándose por la Acrópolis caminando y conversando con su seguidores amablemente, tratando de, - en medio de una ciudad en ruinas-, encontrar una porción de verdad con la valentía y entereza de quien desafía la mera "razón del más fuerte".

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