https://sintonnison.com.uy/canciones/dejenla-sola-sola-y-solita
a todos nosotros chinchinazo, salute, brindis con tutti!!! y :
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a todos nosotros chinchinazo, salute, brindis con tutti!!! y :
Hay que estar vigilando cada instante,
cada momento en que transcurre el tiempo,
cada segundo con la mente abierta,
cada golpe de luz, destellos de la vida,
para atrapar un ángel, el milagro
que cotidianamente se presenta
como alimento de nuestra subsistencia.
Es el oficio que nos marcó la sangre,
el cazador de cada fantasía,
el oficio común de andar viviendo
como un atrapador de la belleza,
esa que inadvertidamente pasa
entre golpes de vida, entre las sombras
y solo el ojo experto, acostumbrado
a ver la fiesta de colores
encerrada en el aire de las cosas,
procede a su rescate y reconstruye
una vida común, una alegría
que le sirve a la gente como pájaros
que vuelan hacia el sol y permanecen.
Vivir es un oficio ejercitado en la tarea
de atrapar milagros que navegan
en nuestra propia sangre
y en el aire de tránsito al futuro.
"para que tengas paz./ Que es la grave tarea/ que me he impuesto esta noche,/hermano mío." Hamlet Lima Quintana
Si
soy feliz ¿a quién podré hacer daño?
¡Es
que yo era tan feliz el diez de enero
y el trece de febrero
y hasta incluso el de marzo!
Entonces,
digo yo
si
vuelvo a andar por el noble camino de esa paz silenciosa
chiquitita
hecha
de retazos de tela y pastos mordidos entre sueños
Si
soy feliz, si vuelvo a ser feliz
como
práctica de un credo, de una filosofía de fe que sé que funciona
como
la mejor pócima del mundo para todo yantar
¿A quién podré hacer daño?
¿Si
olvido por un rato al guionista aquél, empeñado en hacer de mí
la
cenicienta en innumerable temporada de aciagas desventuras
en casa del mago urdidor de pecados tristes y sus secuaces?
¿Y si me olvido del desdichado y de los tantos tontos que espían detrás de las cortinas?
¿Y si recuerdo el olor suave y tibio del pasto mojado y le hago caso
y me voy me voy me voy a inventarle un nombre al verde
a inventarle el nombre que aún no sé con las cosas que ya sé ?
¿A quién haré daño con cosas así?
Si hago silencio un rato, si permito
que me extrañen
y hago falta por fin como todos lo han hecho alguna vez
Si
digo por ejemplo: “ilesa cuota de egoísmo”
¿traicionaré
acaso al amor, a su huella, a la estela noble de un camino venturoso
que
no se complace en dar o recibir daño alguno?
Si
soy feliz, si soy feliz y me voy, si soy feliz aunque me quede
hasta
que el mago termine su función
alcanzándole tan sólo alguna que otra varita mágica
mientras
preparo las valijas para ir a las islas griegas de acá al lado
para enamorarme nuevamente mientras me enamoro nuevamente,
o simplemente para seguir siendo la que soy
la
que se despliega como un origami que repite al Talmud cuando me dice:
"Si
yo no estoy para mí, ¿quién lo está?
Y
si sólo estoy para mí, ¿qué soy?
Y
si no es ahora, ¿cuándo?”
Anoche vi la película "La vie en rose", sobre la vida de Edith Piaf. Me emocionó mucho. Tanto, que después me quedé gugleando por ahí sobre ella, mirando fotos, acopiando más datos... y me encontré con otros aspectos no abordados en la película.
Y también con algunos artículos que, o en su título, o dentro de su contenido, hacían mención de las más que evidentes desgracias sufridas por ella, desde el lugar ese de preguntarse, conmiserándose de su suerte, si alguna vez habría sido feliz.
Una de esas notas, -muy interesante, por cierto-, se titulaba "Una vida para nada rosa", y casi enseguida pensé: "una vida para nada sosa". Y sobre todo, pensé que aun en el caso de que Edith Piaf, el gorrioncito, no hubiera alcanzado LA FELICIDAD, (¿ la habrá alcanzado algún mortal?-, digo, ésa, la gran zanahoria tras la cual corre el ser humano), sin duda su vida no fue "una vida para nada", sino para mucho, y para muchos.
Creo que es imposible que una persona capaz de hacer con las cartas atroces que le tocaron en suerte, esa tremenda poesía, y que además de ser una artista de la música, llegó a ser , -como lo fue también la Kahlo-, una artista de la vida... Que pese a sus fuertes marcas tempranas,y a la dimensión de sus pérdidas, y tal como aconsejó a la humanidad en sus últimos días "amó, amó y amó" intensamente... Creo que nadie que ame intensamente puede no haber sido feliz.
Y creo también que el gran malentendido que sobre todo padecemos en Occidente, está en asimilar la felicidad no sólo al placer, sino a estándares de éxito a los que se llega como llegaría un deportista a sus marcas, y con una pretensión de inmutabilidad, de primavera congelada para siempre en la mejor de sus flores... o nada. Esa felicidad no sólo no la debe haber alcanzado Edith, ni sé si, -de ser posible-, sería deseable.
Pero ¡quién le quita lo cantado! Porque, además, su vida no sólo fue un "Himno al amor" como intenso anhelo romántico, sino una expresión viva y práctica del amor como motor de superación de las peores circunstancias, como quimera irrenunciable, y como credo.
Y digo expresión viva y práctica, porque, -más allá del comprensible mal genio y de la morfina calmante de tanto dolor-, la Piaf entregó al mundo su voz, su canto, su mejor don, y amó profundamente su arte, por el cual se puso en pie una y mil veces...Pero también su vida expresó un amor al prójimo que trascendió ampliamente los intereses del ego, llegando a impulsar tanto a sus amantes, ocasionales o no tanto, como a sus amigos o a totales desconocidos, a la realización plena de sus dones artísticos, -Aznavour, Moustaki...¡Yupanqui!- y, en medio de sus tormentas personales, -que no fueron ni pocas ni leves-, se hizo lugar para ser símbolo de la resistencia francesa durante la ocupación nazi, ayudando a los artistas judíos, protegiendo y hasta salvando vidas.
¿Cómo se puede intentar quitarle un ápice de belleza a semejante monumento vital? Sí: La vida en rosa y el Himno al amor, cuyas letras escribió-, o el "No, no me arrepiento de nada", dan fe de una vida con sentido.
Ojalá todos pudiéramos tener el honor de que se contaran cosas como ésas en nuestro curriculum vitae, en tiempos de tal maraña en torno al éxito y a la abominación del fracaso, insuflando al uno todo lo positivo y al otro, todo lo nefasto.
Los diamantes que fueron carbón necesitan una imperiosa reivindicación en este mundo cuya inefable belleza aún espera ser descubierta.
¡Admiro tanto a Mary Oliver! pero es tan clara, que tratar de traducirla es redundar, y más aún cuando se dispone de excelentes artículos sobre su obra, y también sobre su vida.
Por eso elijo aportar algunos poemas de este libro hermoso que elegí como regalo para mí misma en este año 2024, algunos poemas que no están demasiado difundidos aún.
Aquí va el primero
EL AMANECER
Podés morir
por un amanecer-
una idea
o el mundo. La gente
así lo ha hecho
con esplendor
entregando
sus pequeños cuerpos
a la hoguera,
creando
una inolvidable
furia de luz. Pero
esta mañana,
mientras trepaba las colinas cotidianas
bajo la maquinaria cotidiana
del amanecer, pensé
en China
en india
en Europa, y pensé
en cómo el sol
resplandece
para todos y tan
alegremente
cuando sube
bajo las pestañas
de mis propios ojos , y pensé
¡Soy tantas!
¿Cuál es mi nombre?
¿Cuál es el nombre
de este aire que respiraría
una y otra vez
por todos nosotros? Llamalo
como quieras, es
la felicidad, una
de las formas de entrar
al fuego.
Crepúsculo marino,
en medio de mi vida,
las olas como uvas,
la soledad del cielo,
me llenas y desbordas,
todo el mar, todo el cielo,
movimiento y espacio,
los batallones blancos
de la espuma,
la tierra anaranjada,
la cintura incendiada
del sol en agonía,
tantos dones y dones,
aves que acuden a sus sueños,
y el mar, el mar,
aroma suspendido,
coro de sal sonora,
mientras tanto,
nosotros, los hombres,
junto al agua,
luchando y esperando,
junto al mar,
esperando.
Las olas dicen a la costa firme:
Todo será cumplido.
https://www.elperiodico.com/es/ocio-y-cultura/20170117/paterson-william-carlos-williams-jarmusch-574924https://www.elperiodico.com/es/ocio-y-cultura/20170117/paterson-william-carlos-williams-jarmusch-5749243
Anoche escuchaba cómo una psicoanalista explicaba de maravillas el fenómeno de los celos; ponía como ejemplo el quedar fuera de la fiesta a la que no nos han invitado. Cuando quedamos en esa posición, toda la escena de la fiesta parece paradisíaca: la fiesta soñada de la que hemos sido expulsados por omisión, es decir, excluidos. Es la escena del odio,de la rabia. Sin embargo, -decía la licenciada-, cuando por fin somos invitados, la misma fiesta no nos parece algo tan brilloso, tan mágico, sino un acontecimiento que pierde algo de su encanto imaginario.
Ella también explicaba cómo los humanos estamos provistos de la capacidad de poder cambiar de objeto de deseo, lo cual es una suerte, porque si no quedaríamos atrapados en la espera del goce absoluto provisto por una sola situación o un solo ser humano. Des-fijarnos de ese lugar de objeto único parece ser uno de los tesoros que tenemos como especie.
Mientras escuchaba esa parte de la charla, me acordé de que anteanoche me tocó presenciar una escena conocida, del otro lado del telón. Yo estaba con Mar en la plaza. De noche ya no hacía tanto calor, y el vientito estaba delicioso. La plaza Almagro siempre es muy concurrida, es vital, la gente se reúne, los animales, los niños, y una canchita en que a toda hora adolescentes y no tanto juegan con pelota a distintas cosas…En fin: vida.
La plaza está enrejada, y mientras yo canturreaba y Mar corría, miré hacia la vereda y justo escuché cómo una madre explicaba a su hijo chiquito que andaba en un triciclo que no, que mejor no ir a la plaza, “no ves que adentro hay gente que hace deporte, y que está contenta, no como nosotros que estamos aplastados yendo a tomar mate a casa”… El tono con el que lo decía no era dramático sino algo cómico, o así me resultó, por lo que solté una carcajada y la miré. Ella se rió, pero ya estaban casi en la esquina y del lado de afuera, así que no daba para ir convencer a nadie de entrar, y me quedé pensando cuántas pero cuántas veces idealizamos eso que vemos afuera, creyendo que no lo tenemos, y que quienes sí lo tienen son gente mucho más afortunada que nosotros. Como si muchos de los que estábamos disfrutando de la plaza no fuéramos luego a tomar unos mates cebados con yerba marca acme, o como digo últimamente, con yerba de ayer secada al sol, o a cenar váyase a saber qué cosa, como si no fuera preferible hacer la prueba, y meter al nene, al triciclo y a una misma del lado de adentro para ver que lo que se siente es gratis, inclusivo y contagioso, y se llama alegría.
Tal vez sea un extraño virus procedente del verde plateado por la luna, o del brillo de las estrellas. Tal vez durante el día lo propaguen el viento, los panaderos y los pájaros, pero estaría muy bien animarse a desmerecer la neurosis que don Freud tan bien supo explicar y atravesar el telón de la terrorífica escena para contarle que también estar adentro puede saber a gloria.
El trabajo de la felicidad
Pensé en la felicidad, en cómo se teje a diario
con el silencio de la casa vacía
y en que no es súbita ni gratuita
sino una creación, como el crecimiento de un árbol.
Nadie lo ve, pero detrás de la corteza
crece otro círculo en anillos que se expanden.
Nadie oyó a la raíz cavar más hondo en lo oscuro,
pero por ese trabajo hacia adentro el árbol se eleva
y sus penachos brillan, y sus hojas destellan.
Así, la felicidad se teje con la paz de las horas
y hunde sus raíces en lo profundo de la casa sola:
en el rincón, el busto antiguo; los frescos pisos encerados,
blancas cortinas que ondulan suave y continuamente
cuando libre se mueve el viento silencioso por el cuarto;
una biblioteca, una mesa y la pared blanqueada—
esos son los dioses de la casa, queridos y familiares,
aquí el trabajo de la fe puede hacerse mejor
y el árbol que crece es musical y verde.
Porque ¿qué es la felicidad sino crecer en paz,
el sentido atemporal del tiempo cuando los muebles
pasaron toda una vida en el mismo lugar
y los viejos sueños, así como el viento al moverse, agitan
las hojas de la felicidad presente?
Nadie ha oído una mente ni escuchado un pensamiento
pero donde alguien vivió en introspección
el aire queda cargado de bendiciones, y bendice;
las ventanas miran a las montañas y las paredes son amables.
Hoy ha sido un día hermoso, de principio a fin hermoso, sin que nada extraordinario sucediera, más que lo ordinario de la vida, salir y entrar, hacer, dar, descansar, recibir cariño, agradecer, tejer o caminar, mirar el sol, acariciar a Mar o sólo mirarla ser, escribir algún rato, otro bailar, conversar y reírse, ir y volver, la plaza y los negocios, envolver un futuro regalo y soñar otros más, y que el día haya alcanzado para todo y felizmente se vaya así como llegó y uno diga "qué bueno" según pasan los días en el almanaque de cubos de madera.
ESA PEQUEÑA BESTIA
Esa pequeña bestia, un poema, piensa por sí misma.
A veces la quiero para suplicar manzanas, pero ella quiere carne roja.
A veces la quiero para pasear en paz por la orilla
y ella quiere quitarse toda la ropa y arrojarse al agua.
A veces quiero emplear palabras pequeñas y convertirlas en importantes
y ella empieza a gritar el diccionario, las posibilidades.
A veces quiero resumir y dar las gracias, poniendo las cosas en orden
y ella comienza a bailar por la habitación sobre sus cuatro patas peludas
y a llamarme estrafalaria.
Pero a veces, cuando pienso en ti, y sin duda sonrío,
se sienta en silencio, el mentón sobre una zarpa, y se limita a escuchar.
***
MOMENTOS
Hay momentos que claman cumplirse.
Por ejemplo, decir a otras personas que las amas.
O entregarles tu dinero, todo.
Tu corazón está latiendo, ¿no?
No te han encadenado, ¿verdad?
No hay nada más patético que la prudencia
cuando el precipitarse puede salvar una vida,
incluso, quizá, la tuya
( de "Felicity", Penguin Press, Nueva York, 2016. Versiones de Jonio González)
(imagen: fotograma de la película "El sacrificio", de Tarkovski)
Tengo ante mí un recipiente rojo, como le gustaba a mamá, y dentro de él acabo de poner las primeras hojas que se secaron del cedrón que ayer me trajo una vecina. Cedrón fresquito recién cortado, con un aroma que hacía miles de años que no sentía, un cedrón que huele como aquél que no paraba de crecer y bajo el cual yo, que por entonces aunque no me diera cuenta tampoco paraba de crecer, me sentaba a leer los libros de tapa marrón de la editorial Aguilar, y otros más.
Mi vieja estaba feliz con el cedrón porque su olor la ponía contenta: bien cítrico, vital, y cuando uno lo frotaba con los dedos y luego los llevaba a la nariz se daba cuenta hasta qué punto quedaban impregnados de ese aroma.
Impregnados…pregnante… pienso en esa palabra que llegaría mucho más tarde a mi vida, en tiempos del bellas artes. La pregnancia, lo que ocupa un lugar destacado, lo que se percibe primero, lo que se registra y atrapa la mirada, la percepción. Eso.
Anoche no podía creer el sorpresivo regalo de mi vecina, que tampoco era para mí, aunque lo fue por vacaciones de la otra vecina a quien iba dirigido en primera instancia.
El olor preferido de mamá, o uno de ellos, y también uno de los míos, con la misma frescura, con la misma intensidad.
La hoja fresca es lo mejor, pero ella me recomendó que secara las hojitas al sol para que duraran más, porque eran muchas. Así hice, y aunque el sol de mi ventana no es directo, ellas se empezaron a secar solitas rápidamente y ya hoy están formando parte de mi mate.
Ayer, más temprano, recibí un regalo de año nuevo también inesperado: un ramo de flores. Unas rosas rojas entremezcladas con algunos crisantemos amarillos.
Encantada con mi regalo, corté las puntas de los tallos como cuando era chica o no tanto, y leía a Casona bajo la planta de cedrón. Yo era la arregladora oficial de flores para ocasiones festivas en la familia, y por entonces acomodaba las longitudes de los tallos para que fueran visibles desde distintos ángulos.
En ese entonces pasaban los floristas muchas veces a tocar el timbre de las casas en el barrio, ofreciendo ramotes inmensos. Recuerdo que una vez me encontré con un bicho canasto paseando entre las rosas y al principio me asusté, hasta que mi tía me lo presentó, -gran conocedora de bichos en su infancia mi tía Ana-, y me dijo que no le tuviera miedo, que no hacía nada. Cuando me decía que no hacía nada, era para decirme que no hacía daño, que no era capaz de hacer daño, que llevaba puesta esa casa estrafalaria encima, llena de pinches y paja artificial pero que era un buen bicho, incapaz de lastimar a nadie. Qué suerte codearse con esas cosas por entonces.
Y de pronto ayer me sentí en el paraíso. Por un lado mi casa engalanada, florida, o parte de un mundo florado, como dirían en Jujuy, mis rosas sobre un camino jujeño, con predominio del rojo, y el cedrón aromando desde la mesa. ¿Qué más?
A veces las cosas vienen. Así como también a veces las cosas se van, hay veces en que vienen. Y se celebraría mucho que vinieran más seguido, pero cuando acontece se celebra doble.
Hace pocos días me regalaron un par de aros de macramé que fueron estrenados en el momento. Mi amiga D. que estaba de pie mientras yo estaba sentada, se sorprendió por el conjunto. Creí que se refería a los aros, pero ella estaba incluyendo en “el conjunto” a un floripón de macramé en mi cabello que era del mismo color aturquesado de mis aros. Me sorprendí: la vida había armado un conjunto con tres objetos, dos de los cuales llegaban en momentos diferentes de manos diferentes, aunque muy queridas.
Pensaba en eso de la ley de atracción y de los por qués de que Jung nunca le hubiera dado entidad a semejante teoría, ya que si uno atrajera lo que vibra, atraería también todos los arquetipos del oponente que lo harán crecer, que es en realidad lo que sucede lo atraigamos o no, lo arme a propósito la vida para nosotros o no. Podemos hacer méritos, sembrar la tierrita con constancia, prepararla para nacimientos, realizar entierros necesarios, desenterrar también objetos antiguos, partidos, darles utilidad, o contemplarlos nomás. Tal vez sea más probable que la vida nos arme algún lindo conjunto sumadas esas circunstancias. Del mismo modo que a veces nos manda los lindos conjuntos con los que veníamos contentos al mismísimo corno. Y sin embargo… Ese arte de ella de andar susurrando cositas, promesas, advientos…Ese arte de ella de andar con sus vientecitos imprevistos moviendo las cosas, haciendo volar las hojas de un cancionero olvidado, o rompiendo objetos serenos hasta entonces.
La vida a veces trae, a veces se lleva, a veces un poco y un poco.
Ayer me susurró unos secretos bonitos sin significado pero con un sonido hermoso, con olor embriagador, y hoy continúa ese embrujo, ese ensueño. Y al decir esto recuerdo cuando una vez soñé que al apretar el botón de un envase de perfume ambiental en aerosol, en vez de gas salió música de Monteverdi.
Hay personas que se asustarían llegadas a este punto, que preferirían en este momento hacer algún comentario inteligente, como para demostrar que tienen muy claro que no hay que romantizar al cedrón ni a las coincidencias, ni a los ramos de rosas mezcladas con crisantemos; por ejemplo podrían decir que se están marchitando pronto, que ya no se ven tan lindas como ayer esas flores, que duraron poco, y que el cedrón una vez que empieza a secarse ya no alegra tanto el olfato como antes.
Yo elegí otro camino. Seguramente observar cómo se ejerce esa habilidad durante demasiado tiempo, me permitió aprender de memoria a dónde conduce. Porque aunque por suerte mamá era celebradora y yo la heredé, también convergieron en mí otras herencias, que aunque bien podrían haber sido femeninas, en mi historia acunaron brazos de hombres, y anidaron en ellos, sobre todo esa, ésa. La de que lo bueno nunca se pudiese amplificar y en cambio hubiera una obligación interna tremenda, dedicada a desmenuzar la dicha en pedacitos hasta encontrar por fin su falla, el punto donde es amarga, donde sabe mal.
Bien y mal, dulce y amargo, felicidad y horror, sol y luna, alegría y tristeza, drama y ligereza, vitalidad y decaimiento, pares ineludibles.
Así que, mientras algo sabe a milagro, a vientito iluminado, travieso, mientras las cosas saben a gloria, que sepan a gloria, que ese bocado que me llevo a la boca y que me encanta no sea matado por las dudas antes de que deje de encantarme. Eso aprendí, y me gustaría haberlo aprendido de esta manera firme en que hoy trato de encarnar ese aprendizaje muchos pero muchos años atrás.
Yo, ésta yo que soy, estiro como una masa bien levada la magia mientras dura, juego en el viento con el baile de mis manos, sueño con la música hasta que me inunda de agua la mirada, sonrío, y sé que vendrán los opuestos, pero es que me gusta tanto apreciar la belleza del bicho canasto mientras camina, y oler al cedrón mientras huele. Ese arte de ella, de la vida, de andar susurrando cositas, promesas, advientos…Ese arte de ella de andar con sus vientecitos imprevistos moviendo las cosas, haciendo volar las hojas de un cancionero olvidado, o rompiendo objetos serenos hasta entonces.
de todos los cuentos que integran ese fabuloso libro, éste sin dudas fue el que más me gustó, y diría que se trató de un amor a primera vista lo suficientemente fuerte como para que me dieran ganas de leerlo completo. Ese libro además, vino a dar a mis manos sin ningún tipo de presentación, un obsequio bastante azaroso que motivó mi curiosidad lectora, y al hojearlo, el nombre musical del cuento me inspiró para empezar por ahí, aunque según el índice, se trata del penúltimo.
Me produjo un impacto fuerte, por muchas cosas, capaces de suscitar fácilmente una identificación en mí, y que significan a la vez algo muy preciado: un tesoro sobre la apreciación musical y sobre la apreciación de la vida.
He aquí, con ustedes, el gran y mágico cuento:
EL COPISTA DE MÚSICA
Hubo una vez un copista de música.
Hacía copias de partituras y era bueno en su
profesión, competente y digno de confianza, y trabajaba free-lance para las
mejores sinfónicas e intérpretes.
Un día tuvo un trabajo de suma urgencia. Estuvo
trabajando diez horas seguidas en partituras para un hombre considerado por el
mundo como el Maestro de la viola.
Ya había anochecido cuando terminó, y metió las
grandes hojas de música en un sobre de papel de diario, y tomó un taxi desde su
departamento de Manhattan hasta Long Island, a la casa del Maestro Violista.
Llegó a eso de las diez de la noche y se encontró
con una fiesta. Le entregó la música al Maestro Violista, quien la miró
distraídamente y le agradeció, y le dijo:
“Bueno, ya que está aquí, ¿por qué no se saca el
sobretodo y toma una copa?” El copista de música se sacó el abrigo y le dieron
una copa, y se quedó de pie con ella en la mano.
Pero se sentía un poco fuera de lugar porque aquí
estaba rodeado por la alta sociedad de la música, gente con brillantes, millonarios
y herederas, ataviados con smokings y vestidos de París, mientras él tenía
manchas de tinta en sus pulgares y en sus puños, y tenía la vista irritada de
trabajar diez horas, y estaba vestido con un traje común.
El Maestro empezó a hablar de su hobby, que era
coleccionar programas de grandes músicos que interpretaban gran música, y una
pequeña multitud se juntó a su alrededor para escucharlo hablar, y el copista
de música se unió al grupo y escuchó.
Finalmente, el maestro guió al grupo escaleras arriba,
hasta su refugio, para ver su colección, y ¡oh!, aquí en las paredes había
programas de Casals tocando solo en Madrid, de Albert Schweitzer tocando el
órgano en el África, la primera y la última presentación pública de Paganini
(enmarcados uno al lado del otro), Handel dirigiendo la Orquesta de Palacio
para una boda en Inglaterra, Bach interpretando a Buxtehude, ¡oh!, y más y
más...
Por fin el copista de música habló. Súbitamente, con
una alta vocecita, dijo:
“Saben, yo tengo un programa que merece estar en
esta colección”
“Oh”, dijo el Maestro.
“Sí, y precisamente lo tengo aquí mismo”.
El copista de música extrajo su gruesa billetera y
empezó a pescar en su interior, entre los muchos pedacitos de papel en los que
estaban garabateados números de teléfono y direcciones, y sacó un pequeño
cuadrado de papel doblado que desplegó cuidadosamente y que resultó ser el
programa mimeografiado del recital de alumnos de una maestra de música.
Se lo entregó al Maestro Violista quien, después de
mirarlo, le preguntó: “¿Qué es esto?”
“Permítame que le cuente”, dijo el copista de
música.
“Varios años atrás me fui de mi casa... Octagon
Ohio... No había tenido oportunidad de visitar mi ciudad natal en diez años...
Paré allí en casa de mi prima... Su hijo menor estudiaba la flauta dulce y me
di cuenta enseguida de que parecía disfrutar con sus lecciones... no como la
mayoría de los chicos de su edad... realmente parecía disfrutarlo... Una noche,
la maestra... era una mujer... también tenía un coro... iba a ofrecer un
recital de sus alumnos... Mi prima me invitó, pero yo no quería ir... Quizá
debería explicar que, aunque no soy músico, estoy de alguna manera en el
asunto... y tengo un oído... por ejemplo, puedo descubrir a cualquier
intérprete en un disco por su estilo... esto es, quiero decir, por supuesto...
los grandes músicos... y tengo una colección de discos que es una de las...
ah... de la cual estoy orgulloso... De todos modos, no quería escuchar a los
alumnos de cualquier... bueno, de todos modos... fui, sobre todo para complacer
a mi prima, y resolví tratar de no ser sarcástico... Mi prima me llevó en auto
al auditorium de la pequeña ciudad... La escolté hasta los asientos y nos
sentamos, esperando un tiempo interminablemente largo para que la cosa
empezara, y mientras esperábamos le eché un vistazo al programa que me habían
dado (el que usted tiene ahí, en su mano)... y me di cuenta de que la música
era casi toda antigua... obras de Bach y Handel, Couperin, Vivaldi, Scarlatti,
y Frescobaldi y... bueno, era toda buena música, pero eran cosas sencillas, sin
dificultades técnicas, propias para ser tocadas por chicos... Empezó el
recital... y después de un rato me di cuenta de que estaba algo así como
disfrutándolo... y me alegré de haber ido... Ninguno de los chicos era un
prodigio... pero tocaban con tanto espíritu, con tan obvio regocijo que todo
—hasta las pequeñas notas erradas— se transformó en placer para mí... hasta
parecía haber una cierta propiedad en esas pequeñas notas erradas, como el
graznido de un cuervo o el croar de una rana entre el canto matutino de los
pinzones en el campo... en verdad me absorbí tanto en la música que cuando, en
un intervalo, mi prima, madre orgullosa con ojos brillantes, exclamó: “¿No estuvo
sensacional?”, refiriéndose a su hijo, yo la miré en blanco, preguntándome de
qué diablos estaba hablando, exactamente, hasta que me di cuenta de que no
había distinguido a su hijo, y que más bien había estado escuchando,
simplemente, antes que mirando... Finalmente... justo antes del último número
la maestra de música apareció entre los telones e hizo un anuncio... Dijo que
había habido un cambio en el programa y que, en lugar de Dos Canciones de
Vivaldi, el coro cantaría La Pasión según San Mateo, de Juan Sebastián Bach...
Bueno, recuerdo que fruncí el ceño, un poco irritado
por el anuncio, porque sabía que lo que ella había dicho era sencillamente
incorrecto... porque la gran Pasión según San Mateo abarca cuatro horas de
interpretación... es una de las pocas más grandes y entre las más complejas
piezas de música jamás escritas, y sólo los mejores coros profesionales suelen
intentarla... y además necesita una orquesta entera... Pero entonces me
distraje con algunas acomodadoras, chicas de colegio secundario que bajaban por
los dos pasillos entregándonos cosas y susurrándole fuerte al primer ocupante
de cada fila: “Tome uno de cada y páselos”... lo que hice, y me encontré con
que en las manos tenía un sombrero puntiagudo de papel y una liviana varita de
madera con cortas tiras de papel crepe unidas a la punta... Bueno, observé que
todo el mundo se ponía sus gorros de papel así que yo también me puse el mío y
me quedé allí aferrando la varita y recuerdo que los miles de tiritas de papel
crepe hacían un curioso, apacible rumor en el cálido aire veraniego del
auditorium, como hojas de otoño agitándose... Después todas las luces
disminuyeron... y los sombreros de papel se iluminaron... eran luminosos... las
tiras de papel también... y miré para arriba y vi débiles focos purpúreos que
comprendí eran la fuente de luz negra que causaba la luminosidad... Todos los
sombreros de papel brillaban en azul marino... salvo que... directamente
delante de mí había una fila de brillantes sombreros blancos... y miré a la
derecha y advertí que todos en mi fila llevaban sombreros blancos... y miré en
redondo hacia atrás y todos los sombreros eran azules, sólo que directamente
detrás de mí se extendía otra hilera de sombreros blancos... Los sombreros
blancos formaban el dibujo de una Cruz... Miré mi propio sombrero... era
blanco... y de pronto me di cuenta de que yo llevaba el sombrero central... era
tan sólo una casualidad, simplemente sucedía que yo me había sentado en ese
lugar... pero antes de que pudiera pensar demasiado en ello, el coro empezó a
filtrarse uno a uno por entre los telones cerrados, llevando luminosas túnicas
marrones... manos, cara y pies invisibles, formando finalmente un sólido
manchón cobrizo, luminoso, atravesando el proscenio... Entonces la maestra de
música apareció en el centro... una silueta... y después del aplauso hubo
silencio... roto por un ruido creciente que parecía como si las cortinas a
espaldas de los muchachos se abriesen... pero el escenario en sí estaba en
completa oscuridad... nada se veía más allá del brillante manchón cobrizo... El
coro, acompañado por una orquesta completa, empezó a cantar la gran Pasión
según San Mateo... ¡Los chicos estaban preparados!, cantaron... pero la
orquesta... tocaba instrumentos antiguos... ¡verdaderas trompetas de Bach, de
trece pies de largo! ¡bombardas! ¡violas da gamba! ¡tamborines! los verdaderos
instrumentos para los cuales Bach escribió esa Pasión... ¡Pero su ejecución!
Nunca antes en mi vida había escuchado nada que se le aproximara siquiera...
era como una orquesta de ángeles... Pero entonces por un momento recordé
algo... un hecho... no le presté mucha atención en su momento pero... aquella tarde había ido a comprar
cigarrillos y casualmente miré la ventanilla de un automóvil detenido por un
semáforo y pensé que reconocía a un intérprete francés de corno... un gran
músico, había pensado yo siempre, pero nunca había sido muy conocido... Yo
había trabajado varias veces para él, no le había cobrado mucho porque me
gustaba y lo admiraba y sabía que no podía pagarme... pero entonces cambió la
luz y el coche siguió, y yo me dije: “Oh, no podría haber sido. ¿Qué estaría
haciendo él aquí, en Octagon?”... Pero ahora escuché los ibbletorks... sí...
estaba seguro... ¡mi amigo tocaba en esa orquesta!... Durante las cuatro horas
siguientes, durante la ejecución completa de la Pasión según San Mateo, viví en
el vértigo maravilloso, escuchando... Finalmente terminó y se encendieron unas
pocas luces...”.
“Pero el público... cómo reaccionó... fue muy
extraño, muy peculiar... fíjense...”.
“Nadie aplaudió”.
“Nadie silbó ni gritó: „¡Bravo!‟”
“Nadie se movió ni se levantó para irse a casa”.
“Porque los peces fosforescentes que viven a cuatro
millas de profundidad en el océano junto a las costas del Japón no conocen
silencio tan profundo como el que dejaron en el aire oscuro de la sala de
conciertos”.
“Casi uno por uno el público comenzó a deslizarse
por los pasillos hacia la salida, y yo también me levanté... y empecé a abrirme
camino entre la multitud pero en dirección opuesta... Iba hacia el escenario y
hacia una puerta al costado que sabía me conduciría entre cajas... la maestra
de música apareció en la puerta... estaba allí, bloqueando la entrada... de
modo que tan sólo le dije que deseaba pasar y saludar a mi amigo... el
ejecutante francés de corno... y le dije su nombre y le expliqué que era amigo
de él en Nueva York... Pareció sorprendida y me preguntó: ¿Qué quiere decir?,
de modo que se lo expliqué de nuevo, el cornista francés, era amigo mío, yo
sólo deseaba entrar un minuto y decirle hola, si usted dijera mi nombre estoy
seguro de que querrá verme, somos buenos amigos... Su cara se veía sorprendida
y frunció el ceño y repitió: ‘¿Qué quiere decir?’... No sabía qué más
decirle... Yo la miraba asombrado... ella me miraba a mí, sentí, como uno mira
a un insano, y finalmente me dijo: Lo siento... sólo se permite la entrada de
ejecutantes... y entró y la puerta se cerró... Salí del teatro y entré en el
automóvil donde mi prima me estaba esperando... Habían sido las diez en punto,
casi al terminar el concierto, cuando empezó la Pasión, y ahora eran las dos de
la mañana... el chico ya estaba dormido en el asiento del automóvil... mi prima
manejaba... finalmente le dije: „Bueno, ¿no advertiste nada... raro... en el
concierto?‟... y ella me contestó: Sí,¡es una tontería tener despiertos a los
chicos hasta esta hora! ¡Una tontería!... “Pero la música... ¿quiénes tocaban?”…
“¡Oh!”, dijo ella, “creo que es una pequeña orquesta de Lopert, camino abajo,
que viene a ayudarla cuando hay recitales”... Pero yo sabía que no había estado
escuchando ninguna orquestita de Lopert, Ohio... y entonces le dije: “¿Pero qué me cuentas de todas esas luces...
esa Cruz... qué quería decir todo eso?”... Y mi prima se rió: “Oh, siempre está
haciendo locuras como esa... puedes ver por qué los chicos la adoran”...”.
“Bueno, eso es todo”.
El copista de música miró en torno de la guarida, al
grupo silencioso.
“La historia ha terminado”.
“Dejé Octagon esa mañana y no he vuelto. Ese
programa, ese programa que está ahí, es el programa de esa noche... miren...
¡fíjense!... el último número del programa. Dice „Dos canciones‟, de
Vivaldi...”.
-“¡Ooooh!”, dijo una voz, sarcásticamente.
-“¡Basta!”, dijo alguien con un gesto de desdén.
-“¡Baje, señor!”, se burló una hermosa muchacha.
El grupo se volvió escaleras abajo, las susurradas
ironías contestadas por muecas, y el propio Maestro hizo un comentario muy
desagradable, hiriente, que el copista de música no pudo evitar oír.
El copista de música se puso blanco. Nadie creía en
su historia.
Le pidió su abrigo a un mayordomo y tuvo que
esperarlo largo tiempo, y después se abrió camino entre los grupos que reían y
bebían, hacia la puerta, y justo cuando salía... el Maestro Violista apareció
en la puerta, a sus espaldas. “Permítame acompañarlo un trecho”, le dijo.
El Maestro tomó del brazo al copista mientras
caminaban y le dijo:
“Me gustaría pedirle disculpas por lo que tuve que
decir en la escalera, allá. Mire... por casualidad usted escuchó algo que no
debía. Ya sé que usted escuchó lo que escuchó pero, por favor... no hable de
eso. Esa gente —dijo con un gesto, señalando su casa ruidosa, brillantemente
iluminada— no puede entender”.
Los dedos del Maestro se atenazaron alrededor del
brazo del copista; se atenazaron con la fuerza de un violista, con toda la
fuerza que hay en los dedos de un violista, y susurró: “¡Pero esa noche!, esa
noche de Octagon... ¿no fue estupenda? ¿No fue estupenda?”.
El copista le arrancó su brazo. Se lo frotó
minuciosamente y le dijo: “Ya lo creo, pero ¿cómo lo sabe usted?”.
“Yo estaba allí, claro —contestó el Maestro, y
después dijo (¿y realmente se sonrojó con orgullo a la luz de la luna, al
decirlo?)—: tocaba la segunda viola
Dice Anne Sexton :
Hoy me hacen feliz las sábanas de la vida.
Enjuagué las sábanas de la cama.
Tendí las de la cama y las contemplé
dar palmadas y alzarse como gaviotas.
Cuando estuvieron secas las descolgué
y hundí mi cabeza entre ellas.
Todo el oxígeno del mundo estaba en ellas.
Todos los pies de bebés del mundo,
todas las ingles de los ángeles del mundo,
todos los besos matinales de Filadelfia estaban en ellas.
Todos los juegos a la pata coja en las aceras,
todos los ponis de trapo estaban en ellas.
De modo que esto es la felicidad,
esa buena trabajadora