ni bien entré a la iglesia había recordado mi pasado al sonar la canción que de adolescente cantaba cuando cristiana era y me llamaba, y no importa si ojos o corazón :algo se me llenaba de agua por dentro
yo venía del mar: me había dejado arrastrar demencialmente por él con una felicidad de la que jamás había sabido…había sido esa tarde hirviente más niña que de niña entre revolcones de risa y olas, de dejarme hacer por la rompiente lo que ella deseara conmigo
y llegué rota y feliz a ese lugar que me protegería de una tormenta que iba a venirse con piedras, y de la que sólo quedó el asfalto mojado y un anuncio vacío
entonces fue cuando ellos empezando a llegar se intercalaron entre nosotros los sentados y se quedaron parados a capella entonando esa canción tan sublime que casi lágrimas era yo convertida a ese sonar entrante en mi pecho abierto a la experiencia por el mar revuelto en corrientes y contracorrientes
y la sensibilidad de mi adentro desbordaba mientras la sensibilidad del afuera señalaba la belleza de bach como un mar renacido y era eso lo justo: que la música fuera tan bella como lo no creado por las manos humanas
y era tan eso lo que sonaba que él daba saltos mientras dirigía la cantata y yo sentía algo hermoso en el centro del pecho y aunque tuve el impulso de ponerme a bailar en medio de la iglesia, predominó por muy poco la llamada cordura por sobre la audacia del hacer, pero no por sobre la audacia del sentir
y hasta parecíame que diosito, ese que estaba clavado en la cruz, se iba a salir de sus clavos para ponerse también a danzar o saltar
nada más bendecido que lo que sonaba podía impregnarnos y esas voces salían desde un lugar joven de las gargantas también jóvenes y yo que había querido tomar la eucaristía después de cuarenta años de no probar el pan y el vino y no me había animado , aunque estaba más pura que jamás antes bañada por ese mar blanco y frondoso, ahora era también aura del llamado de lo inmenso en la música mar
yo estaba preparando el milagro y el milagro se venía, y hasta había un perro vagabundo entre la gente y los bancos de la misa y el pan y el vino hervían en las bocas y la confabulación de bach y del mar terminó entre sudores y apretones de manos y saludos efusivos de unos cuantos fantasmas que estuvimos presentes en ese cuento escapado del tiempo hacia el sitio inefable en el que levitaríamos en asombros y nada ya vibraría sino de belleza, de milagro mojado sonándonos por dentro mientras las calles brillantes de lluvia nos llevaban a eso que solemos llamar casa.
C. Bakún, Villa Gesell, noviembre de 2019
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