Visitantes cósmicos de buena voluntad,sean bienvenidos a este lugarcito que albergará poemas, pinturas y toditas cosas que habitan mi alma...


sábado, 22 de marzo de 2025

tijeras

 

No fuerces al cuerpo a hacer lo que no quiere

Reivindico este nuevo amor por las tijeras

Me enamora observar cómo los hilos

se anudan y desanudan al tejer, 

constante, amorosamente 

Cortar y atar. Retomar hebras

extraídas de otras vidas

y empalmarlas en un solo objeto

Como un elogio de lo unido y de lo separado

en el rincón de las cosas felices

ha de haber hilos, agujas y tijeras

No fuerces al cuerpo a pronunciar lo que no es.



Louis Aragon: puedo consumirme...



Puedo consumirme todo el infierno del mundo

Nunca perderé la maravilla

Del lenguaje

Nunca me despertaré entre las palabras

Recuerdo el tiempo cuando no sabía leer

Y el rostro del miedo era la alquiladora de sillas en los Campos Elíseos

En casa no había ni electricidad ni teléfono

A la sazón yo prestaba oído a las cosas usuales

Para captar sus conversaciones

Tenía citas con telas destrozadas

Mantenía relaciones con objetos inservibles

No me hubiera dirigido a un guijarro como a un molinillo de café

Inventaba lenguajes extraños a fin

De no comprenderme ya a mí mismo

Ocultaba detrás del armario una correspondencia indescifrable

Todo eso se perdió como un secreto

El día en que aprendí a dibujar pájaros

Quién me devolverá el sentido del misterio

oh quién

Me devolverá la infancia del canto

Cuando la primera frase llegada

Es nueva como un par de guantes

Recuerdo el primer automóvil en la Puerta Maillot

Se tenía que correr para verlo

Era algo así para todo

Me gustaban ciertos nombres de árboles como de niños

Que los gitanos me habrían robado

Me gustaba un frasco por su etiqueta azul

Me gustaba la sal esparcida sobre el vino derramado

Me gustaban con locura las manchas de tinta

Habría dado mi alma por un viejo boleto de Metro

Repetía sin cesar frases oídas

Que nunca tenían para mí el mismo sentido ni el mismo peso

Días enteros se pasaban dedicados a palabras aparentemente insignificantes

Pero sin ellas el centinela me hubiera traspasado con su arma

Oh quien nunca ha cambiado sus ojos por los del espejo

Y pagado el derecho de franquear su sombra con muecas

Aquel no puede comprenderme ni

Se puede guardar un color en su boca

Llevar una ausencia de la mano

Brincar con los pies juntos a las cuatro de la tarde

No usamos la misma jerga

No he olvidado el perfume de la desobediencia

Hasta hoy puedo sentirlo cuando me siento en los bancos

Hasta hoy puedo llamar ' mi querida' a una bicicleta

Para hacer que rabien los transeúntes

No he olvidado el juego de "Sueñe quien Pueda"

Que nadie sino yo ha jugado

No he olvidado el arte de hablar para no ser nada

Bien han podido enseñarme a leer no es cierto

Quien lea lo que leo

He podido vivir como todo el mundo y aun

Haber estado varias veces a punto de morir

No es cierto que todo eso sea un fingimiento

Una especie de huelga de hambre

Hay quien se perfila

Hay el hombre maquinal

Aquel con quien uno se cruza y saluda

El que abre un paraguas

Que vuelve con un pan bajo el brazo

Hay quien se limpia los pies al volver a casa

Hay aquel que soy


Desde luego y que no soy


(traducción de Javier Sologuren, tomado del libro POETAS DEL SURREALISMO, Colección Poesía Mayor, Editorial Leviatán)

viernes, 21 de marzo de 2025

feliz día internacional de la Poesía! en palabras de Eduardo Espósito

"Tal vez la felicidad sea esto: no sentir que debés estar en otro lado, haciendo otra cosa, siendo alguien más". Quizás estas palabras de Isaac Asimov nos estén citando a nosotros, compañeros poetas. De seguro, hemos logrado, -no sin las consabidas renuncias a ciertas distracciones que este sistema ofrece como recompensa a cambio de nuestro servilismo- el equilibro vital, que nos hace "bichos raros" a los ojos de los subyugados. No es el camino espejísmico del éxito ni de la fama, lo sabemos, pero es aquí donde queremos estar. Es aquí donde la vida merece ser vivida. El resto es naufragio o literatura. ¡Feliz Día Mundial de la Poesía para todos y todas! 

Hermosas palabras de Eduardo J Espósito, amigo poeta y difusor argentino, que ha dado con ellas para homenajear a la poesía en nosotros.



jueves, 20 de marzo de 2025

Marco Denevi : Los anteojos


 -¡Cómo! ¿Salís sin anteojos? –le preguntó la madre, en un tono casi escandalizado, como si le preguntara por qué salía desnuda o algo por el estilo.

La acometió un súbito fastidio, y no contestó.

Bueno, la verdad es que ella misma estaba un poco asustada. Pero si estaba asustada, también estaba decidida.

Y dejó los anteojos en el cajón de la mesita de noche. (Porque si los llevo en la cartera – pensó-, a la primera dificultad me los pongo y ya no podré quitármelos.)

La culpa la tuvieron las amigas con aquella bendita idea de colocarse antifaces para ir al baile del club. Como las cuatro lucían el mismo disfraz (conjunto de manolas andaluzas, decían con cara de desafío a quienes le preguntaban de qué estaban disfrazadas), ella tuvo que acatar la orden.

Pero no podía ponerse el antifaz sobre la armazón de carey, ni menos todavía colocarse el antifaz primero y encima los anteojos. Linda iba a quedar. Así que cuando llegó el momento se quitó los lentes y en su sitio se ajustó el trozo de seda negra.

Por las pequeñas aberturas, cuyos bordes le lastimaban los párpados, no vio sino una bruma luminosa. Después, en la bruma aparecieron formas, borrones coloreados, un desgarramiento de luces.

Todo le resultó irreconocible. Cada línea se multiplicaba, a derecha e izquierda, en otras líneas paralelas. Los colores echaban fuera de sí como un reflejo, como una copia más débil, y en esa urdimbre las cosas rebasaban, desbordaban sus contornos. Las luces eran grandes globos calados y festoneados que se dilataban como corazones arrítmicos, y sobre cuyas superficies pasaban lentas volutas y enjambres de puntos transparentes.

Y ahí fue cuando incurrió en aquel error de raciocinio. Como ella no distinguía claramente nada ni nadie, le pareció que tampoco a ella nadie la veía bien. Le pareció que ella tenía, a los ojos de los demás, la misma irrealidad casi fantasmal con que los otros se le aparecían en medio de la niebla en la que todos navegaban.

Se sintió alegre, ligera, libre. Más que libre, irresponsable. Se sintió exactamente como si hubiese sido invisible y pudiera hacer lo que se le antojase sin que nadie la viera. Y empezó a reír, a arrojar papel picado y a gritar poniendo voz de falsete. Las amigas estaban asombradas. No sabían qué le pasaba a esa muchacha de ordinario tan tímida, tan silenciosa, un poco rara. Cuando la vieron lanzar confetti a la máscara de un muñeco de cartón clavado en una columna y hacer cabriolas en torno de un mozo del bar, se miraron entre ellas, estupefactas. Ninguna pensó en los anteojos. Cayeron en el mismo error que ella, sólo que al revés, si ustedes me entienden.

Hubiera bastado colocarle sobre la nariz los anteojos para que la pobre manola, vuelta al mundo cotidiano (¡Dios mío, ahí está doña Laura cuchicheando, y Fermín me señala con el dedo!), se quedase rígida de vergüenza. Pero como no veía, no la veían, y siguió haciendo locuras.

Un muchacho la sacó a bailar. Bailaron juntos muchas piezas. Cara con cara, ella le distinguía las facciones, correctas, francas, varoniles. Parecía un muchacho sereno y reposado (no es del barrio, nunca lo vi antes), que la miraba con una sonrisa indulgente, así como una persona mayor contempla las travesuras de un niño. Y ella, ceñida por aquellos brazos duros y al mismo tiempo tiernos, sentía ganas de reír, de reír por cualquier cosa.

A las doce todo el mundo se quitó las caretas y antifaces. Ella también. Y él empezó:

-¡Qué ojos tan dulces! ¡Qué ojos puros y hermosos! Y qué ojos esto. Y qué ojos aquello. Y así toda la noche.

Cuando la invitó a tomar algo y se sentaron en un rinconcito del bar, iniciaron una picante conversación sobre los hombres (Ustedes, a través de nosotras se aman a sí mismos, buscan únicamente ejercer sus poderes de conquista) y las mujeres (Le diré: -En el amor el dueño es la mujer y no el hombre. Sí, no se escandalice, mi hermosa española) y sobre el infinito vaivén de sus encuentros y desencuentros. (Lo que ella decía, saben, eran todas aquellas cosas que llevaba ensayadas tantas veces, a solas, mentalmente, pero que jamás, muda tras los enormes anteojos, se había atrevido a decir a nadie y menos a un hombre.)

De pronto él le preguntó:

-¿Por qué entrecierra los párpados? ¿Es corta de vista?

-Un poquito –respondió, con falsa frivolidad.

-Por favor, no me vaya a esconder esos ojos detrás de algunas horribles gafas de solterona.

Los dos rieron. Sólo que ella, cortó la risa y se puso triste. Y entonces fue cuando el muchacho empezó a enamorarse de veras y le dio una cita para la tarde siguiente.

De modo que ahora que ella acudía a esa cita, por nada del mundo iba a aparecérsele con las horribles gafas de solterona escamoteándole el rostro, con aquellos lentes que le sepultaban la mirada en una espiral de anillos, en cuyo fondo los ojos eran dos larvas amorfas.

La distancia que separaba su casa de la estación del subterráneo la recorrió sin dificultades, porque todavía había sol y porque conocía el camino de memoria.

El primer tropiezo lo tuvo en la estación. El sitio estaba mal iluminado, creyó que la escalera terminaba, adelantó el pie como para colocarlo en el suelo, pero faltaban dos escalones; el pie se hundió en un vacío que le pareció un abismo, toda ella vaciló, trastabilló, estuvo a punto de caer.

Algunas personas la miraron. Roja, un poco despeinada, subió al tren y se sentó. Como no podía distinguir los nombres de las estaciones, decidió contarlas. Tenía que bajarse en la octava. Pero al rato dudó de la exactitud de su cuenta, se hizo un ovillo en la cabeza y terminó no sabiendo si andaban por la quinta o por la séptima estación. Optó por pedirle a una señora ubicada a su lado que por favor le avisase cuando llegase a Callao.

-Es la que sigue a Pasteur –le contestó la otra.

¡La que sigue a Pasteur! ¿Sabía ella cuál era Pasteur? Cuando el tren se detuvo en Callao, la señora, viéndola que permanecía sentada, le dio con el codo y le dijo, algo bruscamente:

-Callao.

Se levantó; luchó con una masa de cuerpos, de brazos, de piernas; se halló en medio de un remolino de gente que entraba en el vagón; gritó que la dejaran bajar. Alguien rió. Por fin, zarandeada de aquí para allá, asustada, humillada, la ropa en desorden, logró descender. Se unió a la lenta procesión de pasajeros que, por escaleras interminables, por grandes vestíbulos, por nuevas escaleras, la llevó otra vez hasta la calle, la luz, el sol.

Ahora debía caminar cuatro cuadras y ya estaría en la esquina donde él la esperaba. (En la esquina del Molino, a las seis en punto. ¿Irá? ¿Me promete que sí?

Caminaba lentamente, mirando al suelo. Antes de atravesar cada bocacalle aguardaba a que lo hiciera alguna otra persona. Entonces, pegada casi al desconocido, ajustaba su paso al de éste y así cruzaba la calzada. Pero en Bartolomé Mitre el desconocido resultó ser un jovencito que corría entre los automóviles y los sorteaba ágilmente. Y ella también tuvo que correr como una loca; un guardabarros le rozó el vestido, estallaron bocinazos.

Se detuvo un instante en un portal a arreglarse el pelo y la ropa. El corazón le llenaba todo el pecho de un tumulto sordo.

Llegó a Rivadavia. La esquina de la confitería negreaba de gente. ¿Dónde estaba él? ¿Cómo distinguirlo entre tantos? Seguramente se adelantaría, saldría a su encuentro. Pero nadie se movía. Y ella se acercaba, se acercaba. (¿Qué hago? ¿Sigo caminando? ¿Doy la vuelta manzana?) De pronto creyó reconocerlo. Sí, era aquel de traje oscuro, que fumaba, apoyado en la pared. Fue derecho hacia él, sonriendo. Cuando estuvo a dos pasos de distancia comprobó que se había equivocado. Era un señor de edad que la miraba sorprendido.

Aterrada, no supo qué hacer. Sin dejar de sonreír, con una sonrisa que le dolía en la boca, dio una violenta media vuelta y caminó en cualquier dirección. La dirección la condujo al interior de la confitería. Empujada por un grupo de personas que entraban hablando en voz alta, avanzó. Avanzó, hasta que se encontró frente a una pared. Distinguió una mesita vacía y se sentó. Inmediatamente un mozo se le acercó y, mientras pasaba la servilleta por la mesa, le preguntó:

-¿Qué va a servirse?

¿Qué había hecho? ¿Por qué se había sentado? Ahora debía tomar algo. (Un té con leche. -

¿Solo? –Con masas) y no podía levantarse. Y entretanto, él, afuera, esperándola.

El mozo tardó una eternidad en volver con el té. Cuando se alejó, ella estuvo un rato mirando fijamente, con los ojos entrecerrados, los objetos que el mozo había depositado sobre la mesa. La tetera, la lechera, la bandeja con las masas, y allí algo que brillaba. Un cenicero.

Se sirvió el té y lo bebió rápidamente. El té quemaba. Olvidó las masas. Ahora saldría y volvería a la esquina. ¿Dónde estaba el mozo? Miró a su alrededor, pero no distinguió sino un vasto desorden de líneas inflamadas, colores desgarrados y otra vez los globos de luz que latían como corazones. Se sintió perdida, sumergida en un mundo submarino y hostil, y por una atroz sinestesia, hasta los sonidos le eran indescifrables.

Un hombre de chaqueta blanca pasó a su lado. Lo chistó, pero el hombre no se detuvo. Dos mujeres (¿o eran un hombre y una mujer?) sentadas a una mesa vecina se volvieron a mirarla. Una gota de sudor le corrió por el pómulo. (¡Debo estar espantosa!) Sacó el espejito de la cartera e intentó arreglarse. Tenía la piel húmeda y ardiente.

Transcurrió otro largo rato y el mozo no aparecía. Se decidió a dejar un billete de cinco pesos (¿O será más?) sobre la mesa y se levantó.

¿Dónde quedaba la salida? Ya no recordaba. Caminó al azar, entre las mesas, erguida, fingiendo desesperadamente no sabía qué. Caras algodonosas se alzaban hacia ella y la miraban. Dio varias vueltas. De pronto las mesas ralearon, dejaron sitio a una especie de corredor entre vitrinas. Tomó por allí. ¿Y si se había equivocado otra vez? Se cruzó con dos hombres de blanco que llevaban algo como enormes bandejas sobre la cabeza. (¡Dios mío, estoy yendo hacia el interior de las cocinas!) Al extremo del pasillo una cosa giraba. Un golpe de aire fresco le dio en el rostro. Era la puerta, era la calle.

En la esquina había poca gente. Anochecía. Se quedó un rato de pie, esperando. Quizá él estuviese aún por ahí. Quizá la viese y se acercase. (¡Al fin! Ya no podía más de angustia pensando que no vendría.)

Nadie se acercó.

Preguntó a un hombre qué hora era.

-Las siete y cinco.

Lentamente, mirando bien dónde ponía los pies, comenzó a caminar. Cuando abrió la cartera en busca de las monedas para el subterráneo, se dio cuenta de que había olvidado los guantes en la confitería.

Nadie la vio entrar en su casa. Palpando las paredes como un ciego, llegó hasta su habitación. Sus manos encontraron la llave de luz, el cajón de la mesita, el estuche con los anteojos.

Se los colocó.

Instantáneamente el mundo se ordenó en una geometría lúcida donde ningún muchacho la esperaba.


( interesante el paralelo que puedo encontrar entre este exquisito cuento y "El murciélago rubio", de Holst)

martes, 18 de marzo de 2025

mana: lo que queda vibrando



"mana" es lo que resuena de un encuentro. V. Gawel

Si probás a hablar desde quien realmente sos, habrá señales, no esotéricas, sino bien palpables.

Es muy posible que te sientas mejor con quien sos, y eso seguramente te hará hablar de otro modo, sonreír y reír de otro modo, darle seriedad a algunas cosas y quitársela a otras, hacer silencios donde hubo ruidos, y otros tantos sucesos inesperados.

Si hablás de otro modo, las personas con quienes hables te escucharán casi como por primera vez, y si te aceptan, empezarán ellas también a hablarte de otro modo, de otras cosas, de otros silencios… y si no te aceptan, tal vez dejen de hablarte por un tiempo, o más.

Los diálogos con los demás posiblemente refresquen a los demás y a vos, o al menos no hagan daño, o menos, o casi nada.

Y si esmeradamente seguís en el trabajo de los días, y pese a las contingencias que te hagan separarte de los nortes volvés a ellos, verás los frutos.

Y si te desprendés de los resultados posibles, verás que todo tu ser responde a otras leyes o pautas, que respira de otro modo, que toma aire y entiende, de a poco, pero de forma ineludible, que ahí donde tus acciones y palabras se conviertan en arte estará tu legado al mundo, y que aunque no hayas tenido hijos, todo te hereda,- como a todos nosotros -, y que, en algún tiempo de los tiempos, los seres que reciban tu legado y lo usen harán con vos una casa, un jardín, un poema donde la gente que los visite pueda vivir.




el viento




A mis palabras no se las lleva el viento: son pesadas consistentes, eternas, frutos prohibidos de un árbol que no da flores

A mis palabras no se las lleva el viento, pueden doler a mi pesar, o pesar a mi doler, pero no se marchitan

Quedan ahí, incólumes como flores de plástico, pareciera que para toda la vida…

Pero de pronto llega un viento, y las despliega como mariposas y se vuelan

Y  si las lastima, sangran, como flores de pétalos jugosos

Las desviste como si fueran sus amantes y quedan al descubierto sus almas de seda, su impulso de nido

A mis palabras no se las lleva el viento: las fecunda


(imagen: pintura de Jeanie Tomanek)


viernes, 7 de marzo de 2025

El camino



Dicen que el tiempo lo cura todo

Todo locura el tiempo, todo delirio 

el tiempo anclado, ciego, 

aprisionado.

El tiempo sólo, no: la lucidez 

La manera de hurgar en recovecos 

felices e infelices 

El modo de doler y sin embargo 

desvelar la patraña, la pegajosa red 

de arañas finas. 

El tiempo sólo no, sí darse cuenta 

-después de mucho andar cargando el alma-

que nada se ve igual después del viaje

Que en el  retorno a lo  conocido 

pocos paisajes resisten ser mirados 

desde otro ángulo otra altura otra mirada

Porque no son los años, no,

sino el camino 


(fotografía propia)

lunes, 3 de febrero de 2025

M’illumino d’immenso



 

Cuándo nacerá la luz que está pujando

Cuándo esa fuerza nueva ese impulso de vida

Ese buen y necesario olvido

Esa mujer que espero y que me espera

Cuánto más llevará desaprender las cosas

que están atrás del sí, entre la ventana y mis ojos

Descorrer los fantasmas como una cortina

suavemente o a los tirones

y que la luz se haga presente sin más interferencias

Y por fin me ilumine de infinito


 (Fotografía propia)



miércoles, 22 de enero de 2025

MODO NOCHE


Hoy es día de cosas fallidas. O al menos así me parece. 

Después de evitar la hora del sol por las quemaduras de ayer, visité el mar ya casi al atardecer. Había un hombre que mientras preparaba la pesca, conversaba animadamente en la orilla con una mujer. La escena me gustaba mucho y quise tomar una foto, pero justo al enfocar entra un ciclista atravesando el cuadro. Hubiera sido una foto perfecta, pero vacilé, y el dedo apretó segundos más tarde, y quedó movida, sin gracia. Trunca.

Lo fallido, la indecisión cuando hay que agarrar un panadero demasiado al vuelo y demasiado alto. 

Una torta de frutilla que no está demasiado sabrosa, comida frente al mar en el restó-bar de un balneario caro, en el que no cenaría nunca, de no ser porque me empeñé en volver a ver salir la luna. Lo de anoche fue maravilloso, sólo que esta vez quiero repetir la escena desde el comienzo, porque ayer ya estaba alta cuando llegué. 

Hoy está nublado y no creo que se la vea, me dice la camarera tras comentarle mi propósito; pena que ya he comido, y por mucha más plata de la necesaria. Todo por no hacer a tiempo de ir al centro.

Hoy es día de cosas fallidas. También a la mañana pasó lo del matrimonio con la hija. Me los crucé en el desayuno. La mujer tiene una mirada horrible que pasea de arriba abajo por las personas, con desprecio. La vi hacerlo con una de las empleadas del hotel, y hoy lo hizo conmigo, y después de saludarme le musitó algo por lo bajo al marido.

El marido,- ese “ser que ronca”, como él mismo se describe-, se sienta aparte, y a veces elige quedarse cuando ellas van a la playa; ese tipo que a simple vista da una impresión de viejo resignado, de persona de la que sólo pueden esperarse el ronquido, la gordura, o algún comentario chistoso y algo comedido…Bueno, ese hombre, a consecuencia de la charla que tuvimos en el micro de ida, me resultó de pronto el más interesante del conjunto. Alguien que aprecia el cine, que hace maquetas y disfruta con sencillez de las conversaciones, opacado u opacándose voluntariamente … ¡vaya uno a saber!

Siendo ya las diez y cinco, me acerco por fin al mar con la ilusión apagada. Hoy es día de cosas fallidas, y seguro que la luna ni aparece. “Tanto preparativo para nada”, diría la Walsh, y yo frente al mar sintiendo mucha agua por dentro mientras espero a una luna que no sale.

Dos potencias se saludan, me digo, pensando en el mar y la luna, esas dos tremendas inmensidades. Nada muy original. Un poco alejada, una muchacha escribe en su celular. Está sentada sola. Me pregunto si esperará lo mismo.

Y de pronto: ¡Pluc! ¡Sale! Ya asoma el arco superior la luna naranja sobre la plenitud grisácea del mar, y yo soy feliz como una niña a quien Papá Noel le cumplió el deseo. Me acerco lo más rápido que puedo a la orilla, y a sabiendas de la ridiculez de todos nuestros celulares intentando capturar lo imposible, hago lo propio, y me tomo entre tanto momentos de pura contemplación. La luna llena está ahí, apenas menguada, con su cara indescifrable por los siglos de los siglos, que ahora se vuelve un punto pixelado en la cámara de mi celular, mientras observo a mi alrededor.

Por buenos e importantes motivos, posiblemente, la chica sigue ensimismada mirando hacia abajo, hacia la luz que sale de su falda, y mientras tanto, por la orilla pasa un flaco corriendo con la mirada fija en la muñeca del cronómetro.

Por detrás, ella sube y sube, bastante rápido. Luego llega una familia, una madre con su hija y la nieta.

Les ofrezco sacarles una foto juntas, y la hija me explica que su cámara tiene activado el “modo noche”. Mientras me explica cómo hacer, se ríe de mi emoción cuando le digo que pagué una fortuna por esperar a la luna, y que me salió con rima. Y entonces me ofrece sacarme una foto con su cámara, porque va a salir mejor.

Una pareja en estado pletórico también se va acercando, conmovidos los dos, y él dice: “¡que se vayan todos a Brasil, nomás! ¡Mirá esto, por favor!” Y entonces, juntos observamos cómo ahora se esconde tras una nube negra que la va cubriendo. Negro y naranja, como para un cuadro de Kandinsky o de Klimt.

Quiero aparentar que estoy bromeando cuando les digo que somos del mismo club, del club de los que miran salir a la luna. Sonríen. Pero en el fondo no bromeo: quiero creer que formo parte de esa gente atípica e inclasificable que guglea el horario, o que de cachilete se aviva y corre a mirarla. Y entonces saco una foto de los cuantos que vamos siendo. Me emociona mirar en la oscuridad y descubrir que somos mucho más que dos.




domingo, 5 de enero de 2025

Ay, María Elena ¡cuánta filosofía hay en tus letras!

 Hoy: Un amigo nuevo no es lo mismo: nos quiere por la mitad

 https://www.youtube.com/watch?v=S1kFwK7r7jE

¿Qué mitad es la que quiere el amigo nuevo cuando uno ha tenido una vida llena de vidas? ¿Conoce una mitad o un tercio o un octavo que son imposibles de establecer en medidas numéricas? Son más bien etapas distintas, a veces muy muy distintas de una vida que ha hecho giros y saltos, que no se ha quedado quieta, ni siquiera frente a lo que la vida misma ha hecho con uno, quiero decir, frente a lo que no se elige.

Siempre que pienso en ésta, tu frase de Zamba para Pepe, me acuerdo de la serie Vientos de agua. Ahí no eran sólo los amigos nuevos, sino los propios hijos, los que desconocían la primera ¿mitad? de la vida del personaje central interpretado por Alterio; una mitad que no llegaría ni remotamente a mitad si se la contabilizara en años, pero la pucha que una muy grande mitad, si se la entiende como la raíz oculta de un árbol que de ahí en más crecerá trasplantado.

¿Qué te pasó, papá? Le pregunta el hijo a Alterio en España, ya ambos en España, dispuesto a escuchar eso de lo que nada conoce.

También me acuerdo de la historia de Yira Yira que cuenta el propio Discépolo, en lo referente a la imposibilidad de hablar del dolor propio cuando es demasiado intenso, de la necesidad de esperar para poder convertirlo en letra de un tango, en obra de arte, en algo creativo, en definitiva.

¿Qué mitad de qué vida conocen nuestros nuevos amigos?

Y también en esto yo te entendía mal, María Elena, porque creía comprender que ese “nos quiere por la mitad” se refería a que el amigo nuevo no nos quiere lo suficiente, por el hecho de querer sólo esa mitad a la que puede acceder, y no. Lo que nos querés decir es otra cosa, que no está en el amigo nuevo ni en su amor entero hacia una parte nuestra, sino en que sólo nosotros sabemos cuál parte quedó afuera de su amor, no por amar menos, sino por desconocer.

En tal sentido, cabría decir lo mismo de los amigos viejos. Viejos, sí, porque no se re actualizan, porque a fuerza de no tratarnos, siguen fijados a la ilusión de que somos las mismas personas que fuimos cuando ellos nos frecuentaban, con los mismos pesares y las mismas alegrías, con las mismas personalidades y formas de responder a las gracias y a las desgracias.

Y no: nuestra vida realizó una metanoia. No somos los mismos, y sabemos que ellos tampoco pueden serlo, incluso si se hubieran quedado en la versión de quienes eran. No serán los mismos, porque una vida que se estanca, aunque se congele en el mismo paisaje, no será nunca la misma que cuando ese paisaje, esa postal, era hjja de un fluir y no de un resignar.

Por eso los amigos podrán ser antiguos, antiquísimos, pero no envejecer, -al menos no caducar-, si aun cuando no nos hayan frecuentado o nosotros a ellos, se permiten la comprensión de que debemos conocernos de vuelta, se permiten hacerse y hacernos la pregunta acerca de quiénes somos ahora.

Por eso, María Elena, podrá existir el dolor de ser querido por la mitad, o por el tercio o por vaya a saber qué vida de todas las que fuimos hacia adelante o hacia atrás, existirá ese dolorcito o dolorón de no ser queridos todos-toditos, cosa que de algún modo es y será también una ilusión.

Eso sí: qué alivio poder hablar de nuestra vida a quien conoce algunos de sus personajes principales, esos del inicio, como papá y mamá, sin tenérselos que presentar.

Pero, no obstante: qué alivio también tener quien lo conozca a uno sin tener que explicarle quién era uno antes, qué lastres arrastraba y qué maneras que jamás hoy cultivaría en su sano juicio, tuvo que dejar en el camino; qué alivio no tener que volver a presentarse.

Mas qué alivio también los que regresando humildemente, se saben otros y nos saben otros, por lo que tienen el respeto de no querer ni pretender adivinarnos, ni mucho menos sonreír frente a cosas que suponen que conservamos, como si el tiempo que pasó para ellos no hubiera pasado para nosotros también, no nos hubiera podado y renacido las ramas y las flores.

Amigo viejo o nuevo: gracias siempre por la pregunta ¿quién sos hoy? ¿qué te pasó?