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domingo, 8 de junio de 2025

sobre la vida de las piedras


Una vez alguien me dijo que las piedras se rompen, se desintegran o se pierden sólo cuando ya no tienen una función que cumplir en nuestras vidas.

Tal vez ocurra lo mismo con nosotros, con nuestra función en la vida del mundo, y eso que llamamos dios, ese conjunto de extrañas fuerzas encontradas, eso que llamamos misterio, que quizás tenga su alma profunda conectada con lo que llamamos amor. Y entonces, eso -misterio –dios- amor, nos desconecte de la vida del mundo, así como la conocemos.

Tal vez esa maraña de piedras, collares pequeños, ínfimos y gigantescos, en que se mueven nuestras vidas individuales, esa joyería de finos y torpes engarces invisibles se mueva, se desintegre, se renueve, se reconfigure.

Tal vez eso sea un macro espectáculo maravilloso para quien lo mire desde otra galaxia.

Tal vez eso emane música, una música infinita, como tantos vislumbramos desde la música de las esferas y otros sucesos.

Tal vez la partitura se desenvuelva en el silencio o en lo atronador de una tormenta celestial.

Entramos y salimos de la ronda, y luego entramos en otras rondas y danzamos con otros compañeros otras danzas, es así el juego bailarín de la vida.

Las piedras nos acompañan desde nuestros bolsillos a transitar la existencia, acurrucadas dentro de nuestro puño cerrado; y tal vez el enigma encarnado en esa piedra se resuelva cuando ella ya no esté.

Las piedras, encontradas o regaladas, son nuestros acompañantes en un camino que se abre, que infinitamente se abre.



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