(Gracias Darío por estas palabras)
Accidentes
geográficos, de Claudia Bakún
Por
Darío Maroño
Hablar de “accidente
geográfico” es hablar, en un principio, de un cuerpo físico como la Tierra
sometido a las inclemencias del tiempo, al roce de otros cuerpos, al azar
planetario que pacientemente lo cincela, lo altera, lo embellece.
Sin embargo, vemos que Claudia
Bakún sostiene ya en el umbral de su obra la posibilidad de mostrar los
accidentes de su propia geografía, la posibilidad no sólo de ser río (Yo era un río, dice en un momento tan cercano
a don Juan L.), sino también la posibilidad superadora, en lo que al vértigo
poético respecta, de ser catarata, de ser salto.
E indefectiblemente ahí tiene lugar el “accidente geográfico” como un suelo
inestable frente a un andar de agua que va siendo moldeado por la caída libre,
por el tope de la piedra, por el encuentro abrupto con lo incierto. Y en esa
incertidumbre de agua y suelo, su palabra avanza diciendo su dolor, su
desencanto, su experiencia íntima, y claro, también su belleza poética. Como en
su poema “Sabe”, donde una acalorada y fluida humanidad del sentimiento,
posiblemente femenino (el poema no lo aclara), se contrapone a la fría y dura
humanidad del intelecto, posiblemente masculino:
Sabe / de marxismo leninismo, / de psicoanálisis, / de zen, /
de astrología, / de escrituras dadas por buenas / y de buen cognac. / Sabe de
cine, / y reconoce finísimos matices / en todo lo concerniente a cuestiones
estéticas. / Sabe. / Pero llego, / y no me abraza. (“Sabe”)
Es decir, en esta relación complementaria entre una geografía accidentada
y el río, entre el cuerpo y la poesía, cobran vigencia estas palabras de Zambrano:
“la poesía ha sido, en todo tiempo, vivir según la carne”. Pero no alcanza con
sentir. Así como tampoco alcanza con decir. Es necesario vivir el salto y decirlo. Y en la poesía de este
libro de Bakún el salto se revela todo el tiempo. Desde un principio es posible
observar siete momentos en donde su poesía se reencauza con respecto a un fluir
poético anterior:
I)
Suavidades y asperezas
II)
Miniaturas
III)
Invocación del misterio
IV)
Canciones
V)
Zoo
VI)
Supermarket
VII)
Corazón de cuarzo
En ellos conviven la intensa miniatura
de un haiku que inquiere: “¿Dónde transcurre el trueno / para que lo brutal nos
llegue / con tal delicadeza?”, con una invocación
del misterio que indaga en lo brutal de esta pregunta: “¿Qué grita en mí
cuando algo grita que está muerto?” Pero también conviven la canción de las cosas que “crecen de la nada aparente de un deseo pequeño”, con
la noble y tierna humildad del diminutivo “otrita” referido a la palabra
liberada e indomable del poeta; para saltar después a un zoo donde una “mula mansa”, “mansamente rebelde”, “mularmente atada
a su lugar aparente”, “sabe mejor que nadie encajar la patada certera / al desamor,
/ al crudo mundo, / a la estúpida mansedumbre, / al desamparo.” O donde “Un pez
es un pez”, “más allá de las miradas que lo diagnostican”. Y finalmente el supermarket, en donde el alma si bien
expone sus objetos, sus fetiches, “maxisueños”, miedos y miserias, se resiste
asimismo a arrojarlos al mercado del consumo alienante: “En el supermercado de
mi alma hay de todo. / Pero no se vende.” Y esta resistencia es la que también
tiene lugar en Corazón de cuarzo:
“Aquí nos encontraran tal vez / cuando el mundo se pudra”,
dijiste. / Aquí / bregando por una transparencia / imposible / pagando con
vicios / lo que otros con convenciones, / con el corazón un poco gastado / o
tan maduro acaso como un limón crecido, / como las piedras que caen al agua,
como el olor a menta mañanera.
Ahora bien, vuelvo un poco al
principio. ¿Dónde está lo poético en Bakún? ¿En mostrar los accidentes de su
propia geografía como si hablara la carne a la que hacía alusión María
Zambrano? ¿En mostrarse río, maleable a los caprichos del terreno? Sinceramente
no lo sé. Pero si he de arriesgar un intento de saberlo, diré que su poesía está
en el salto, en esa convivencia difícil entre el fluir y el caer. Agua y
piedra. Piedra y agua. Piedra abierta al vacío y a la gravedad. Agua abierta al
andar sin suelo en un vértigo de humedad y transparencia. Y en ese caer de
salto, agua y piedra es donde entiendo habita el umbral de la apertura poética,
donde algo en nosotros se silencia para empezar a oírse, para empezar a oírse
apertura; donde la poesía de Bakún se torna en eco, en umbral, quizás, de
nuestro propio salto.
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