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miércoles, 31 de marzo de 2021

TRIGAL


Cuando viajé a Lobos con mi amiga Gra, alquilé una bici. Lo recuerdo muy bien, porque debía ser una en la que mis patitas tocaran el suelo, y porque además fue la última vez que me subí a una; porque el trayecto fue hermoso, y porque durante todo el camino me siguió esa perrita que no se me despegaba y que luego sería la Lobi.

Nunca tuve buenos reflejos para ir en bicicleta, y Lobos me garantizaba llanura y tranquilidad para andar, ya que no eran calles transitadas, y menos por autos.

Disfruté mucho ese paseo, sobre todo cuando llegué a un campo que se extendía en la inmensidad. En un momento me detuve cerca de una tranquera, y me conmovió la contemplación del paisaje: el verde omnipresente, y también el dorado de un trigal.

Enseguida pegué la vuelta, y ese momento de contemplación quedó siempre grabado en mi memoria.

Hace apenas unos días volví de Lobos en un segundo paseo, esta vez con mi amiga Moni, unos cuántos años después. Es el primer verano pandémico que atravesamos como integrantes de la humanidad, aún embarbijadas. 

Aprovechando el día nublado y fresco, salimos a caminar por los alrededores de la laguna. Lo primero que hice fue preguntar a los vecinos cómo llegar al trigal. Para mi sorpresa, nadie registraba la existencia de ningún trigal por la zona, e inclusive una vecina me explicó que en Lobos no se cultiva trigo. Se quedaron bastante perplejos.

Nosotras continuamos nuestro paseo, y de a poco se empezaron a ver grandes extensiones de campo. La sensación de amplitud y paz nos iba impregnando, cuando de pronto apareció ante nosotras una tranquera y un campo dorado: ¡era mi trigal!

Sí, era mi trigal, sólo mío: recuerdo fallido de un pastizal amarillento, dorado por los rayos del sol, que mi memoria, -esa enorme memoria mía que todo lo recuerda, pero a su modo-, había investido de otra cosa. Tal vez más bella de lo que era. O tal vez no.

Me quedé un poco consternada. Mi amiga me habló del "efecto Mandela", que es una distorsión de recuerdos, pero en el ámbito de la memoria colectiva.

Yo me reí mucho para mis adentros y para mis afueras también.

Me pregunto cuántas veces habremos transformado pastizales en trigales, pero también cuántas habremos hecho lo contrario: infravalorar ciertas vivencias, o hasta distorsionarlas en un sentido peor de lo que en realidad fueron.

No estamos libres de distorsiones aún los memoriosos, y más nos vale no actuar en consecuencia de recuerdos mal construidos.

Sin embargo ¡Quién nos quita lo bailado! El gozo de una vivencia maravillosa respecto de algo que nunca existió.

¿Pero no existió? ¿Quién dijo que un pastizal debe llamarse pastizal? ¿Quién dijo que debe ser menos bello que un trigal? O menos dorado...O simplemente MENOS.

¿Quién dijo qué y para qué? ¿Quién manda en mi memoria? 

¿Y si la belleza dispone que yo la use para mi bien: quién se perjudica?

Mi trigal está ahí: disponible y bendito para toda ocasión en que desee volver a visitarlo en bicicleta.

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