No recordaba su nombre, pero se llama “Idilio”.
Es de Guy de Maupassant. No es un autor del que conozca más que este cuento.
Habla del hambre. Pero de dos hambres. Del hambre
del que necesita recibir alimento, y del hambre de dar de quien contiene y
retiene a su pesar nutrientes que nadie parecería querer recibir.
Pareciera ser que cuando se juntan las dos
hambres, las dos dolorosas, se produce el milagro, el éxtasis: las flores
vuelven a perfumar, el agradecimiento sucede solo.
Y es que a su vez hay dos que están donando
lo que tienen: apetito y alimento.
Los dos se ofrecen y se funden, y no se
sabe quién es el que da y quién el que recibe, porque los dos dan y reciben en
un solo acto. Sin cálculo alguno. La gratuidad, la Gracia, suceden.
A veces en una misma alma se ubican las dos
hambres: se sufre la soledad de no poder alimentar a nadie, y la soledad del
hambre de otro ser, ya que por más que el cuerpo produzca leche en cantidad no
puede beber de sí mismo…
Cuando esa avidez encuentra continente es
la Alegría, es el llanto epifánico, es el canto lo que sucede.
Prepararse para advertir esa gracia. Para cuidar
su fuego sagrado. Sobre todo en estos tiempos difíciles para el mundo. Para que si la arruinamos, sea por un rato breve. Para que
podamos ser perdonadores perdonados y perdonados perdonadores. Aunque lleve la
vida entera. Aunque tanto nos equivoquemos. Siempre habrá quien, como decía
hermosamente Daniel Viglietti, “guarde nuestro error en su ternura”. Tal vez
esa sea la mayor lección de equivocarse mucho: que cada vez dure menos la
dureza de corazón y nos permita amar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario