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martes, 30 de marzo de 2021

El hambre




hace muchos años escuché un cuento que se quedó para siempre conmigo. Hoy lo evoqué, y al buscarlo en la web, esta vez dí con él.

No recordaba su nombre, pero se llama “Idilio”. Es de Guy de Maupassant. No es un autor del que conozca más que este cuento.

Habla del hambre. Pero de dos hambres. Del hambre del que necesita recibir alimento, y del hambre de dar de quien contiene y retiene a su pesar nutrientes que nadie parecería querer recibir.

Pareciera ser que cuando se juntan las dos hambres, las dos dolorosas, se produce el milagro, el éxtasis: las flores vuelven a perfumar, el agradecimiento sucede solo.

Y es que a su vez hay dos que están donando lo que tienen: apetito y alimento.

Los dos se ofrecen y se funden, y no se sabe quién es el que da y quién el que recibe, porque los dos dan y reciben en un solo acto. Sin cálculo alguno. La gratuidad, la Gracia, suceden.

A veces en una misma alma se ubican las dos hambres: se sufre la soledad de no poder alimentar a nadie, y la soledad del hambre de otro ser, ya que por más que el cuerpo produzca leche en cantidad no puede beber de sí mismo…

Cuando esa avidez encuentra continente es la Alegría, es el llanto epifánico, es el canto lo que sucede.

Prepararse para advertir esa gracia. Para cuidar su fuego sagrado. Sobre todo en estos tiempos difíciles para el mundo. Para que si la arruinamos, sea por un rato breve. Para que podamos ser perdonadores perdonados y perdonados perdonadores. Aunque lleve la vida entera. Aunque tanto nos equivoquemos. Siempre habrá quien, como decía hermosamente Daniel Viglietti, “guarde nuestro error en su ternura”. Tal vez esa sea la mayor lección de equivocarse mucho: que cada vez dure menos la dureza de corazón y nos permita amar.


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