Ya decía Elsa Isabel Bornemann que un elefante ocupa mucho espacio, y eso pasa con un piano. Claro que ahora los hay más chicos, eléctricos, portátiles. Pero el piano, el piano-piano, es mazacote, algo pesado, inamovible, un objeto que si lo desplazan sin miramientos se resiente, se desafina, algo grande que debe ser dejado en un lugar con unas condiciones ambientales propicias, algo así como un árbol, que necesita enraizar y ocupar lugar.
Pero el piano a cambio de su pesadez nos da muchos regalos, es un tipo generoso: voy a intentar enumerarlos, aunque seguro me quede corta.
Nos permite hacer percusión, es decir descargar físicamente con el movimiento de nuestro cuerpo, descargar peso, pero no sólo peso, porque como lo concibieron bien completito es capaz de hacer que junto con el peso y con el movimiento rítmico del cuerpo se muevan todas las emociones y en todos los matices, desde los más suaves hasta los fortísimos... "piano-forte" fue su nombre original, un instrumento propio del movimiento romántico, apto para expresar todas las temperaturas del alma humana.
A la vez que podemos con él recorrer el espectro melódico de nuestra afectividad más profunda y sutil, también nos permite que los acordes le proporcionen más profundidad aún, la melodía acompañada es un tesoro desplegado en sus teclas pero también lo es recorrer los contrapuntos más enmarañados que haya podido imbricar el intelecto humano.
Pero siempre tocar el piano es hundirse... hundirse placenteramente en el agua. Descargar peso emocional con un cuerpo que descansa sumergiéndose, hundiéndose en medio del mar o jugando en una pileta, apoyándose en lugar seguro, despreocupándose de tener que fabricar el sonido como en las cuerdas pulsadas o frotadas.
Tocar el piano es disfrutar lo percusivo de una chacarera sintiendo fuerte cómo se apoya el tercer tiempo acentuado a la inversa de lo tradicional, es ir disfrutando los juegos entre derecha e izquierda como si se tratara de diálogos teatrales o pugilatos, o verdaderas batallas campales, es deslizarse suavemente por los franceses ilustres, y tener siempre a mano la posibilidad de un cluster.
No nos abrazamos a él como a una guitarra ni lo podemos llevar a pasear fácilmente. Pero de algún modo tocar el piano es como abrazar un árbol, un tronco gordo al que asirnos para respirar los sentidos de la emoción y suspirarlos todos juntos a través de nuestros dedos.
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