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jueves, 20 de enero de 2022

MATÍAS 215: UN AIRAMPO DE LUNA

 https://www.youtube.com/watch?v=7OlzxfSKjtI

No pude evitar emocionarme cuando los otros días, paseando por Purmamarca, vi el negocio con este nombre. Al poco tiempo empezó a sonar "Guanuqueando" por ahí, y al volver a Tilcara, la escuché nuevamente en la plaza, por segunda vez en el mismo día y me detuve.

Y te recordé, y se me humedecieron, como ahora, los ojos.

No estaba en tu Tucumán natal, y sé que no es lo importante.

Dicen que los que ya no están, reviven cada vez que los recordamos, y quiero que sepas que te recuerdo con amor.

Recuerdo que el primer diálogo que tuvimos fue acerca del significado de la palabra airampo. Fue en una clase de música. Yo venía observándote: quieto, silencioso en extremo, y a la vez atento a todo; y fue la primera vez que escuché tu voz. Grave. Seria. Aunque solías acompañar con una ligera sonrisa el final de cada intervención que hacías.

Sabías mucho de todo, y tu fuerte, sin duda, eran la palabra y la imagen: dibujando y escribiendo tu espíritu encontraba los caminos exactos de su expresión.

Sin embargo, no te gustaba cómo cantabas, aunque sí te gustaba cantar. Era muy tierno mirarte entonar las canciones que practicábamos entre todos, con los ojos cerrados y una profunda compenetración. A veces, hasta se te podía notar una cara serena, de felicidad, al cantar junto con los compañeros.

Pronto empezamos a compartir inquietudes intelectuales y vitales, y me contaste cosas de tu vida, del amor a tu familia, de la división que había en ella. También sobre la esquizofrenia de tu padre, -un notable artista plástico tucumano-, y tu temor a parecerte a él.

Tenías un carácter arisco que muchas veces produjo chispas entre ambos, sobre todo en las clases de plástica, ya que tuve la suerte de tenerte como alumno en los cursos en que yo daba ambas materias, - además del acompañamiento de piano en las clases de folklore-, lo cual hacía que el conocimiento entre quienes integraban el curso y yo, se profundizara, y circulara el afecto de una manera muy fluida entre todos.

En las clases de plástica no te gustaba ser observado, y muchas veces propiciabas a propósito desacuerdos y rebeliones inútiles, que luego confesabas compungido.

En algún momento terminaste la secundaria, y si bien no fui la encargada de darte el diploma, me sorprendiste con algo sumamente inesperado: al final del acto de colación, me diste una carta. Una larga e intensa carta escrita a mano, que tengo muy bien guardada, aunque está esperando que me mude para aparecer, ya que en este momento no podría hallarla para citar algún párrafo, si eso hiciera falta, aunque no la hace.

Sentí al leerla una de las más profundas emociones que pueda sentir una maestra, además de que tu tono aludía también a la amiga que en cierto modo me considerabas ya por entonces.

Años más tarde quise saber de tu vida: yo iba a exponer obra plástica, y quería que fueras a la muestra. Entonces tu madre me informó que no la estabas pasando nada bien, ya que había detonado finalmente en vos el mismo problema de tu padre. No tuve coraje de querer saber más que las tristes noticias que en ese momento me transmitió tu madre, para nada alentadoras.

Pasaron los años, y volviste a sorprenderme al pedirme amistad por facebook. No podría describir la alegría que sentí de que estuvieras vivo y bien. Pronto nos encontramos, quisiste invitarme a tomar un vino, y aunque no era mi costumbre tomar vino sin comer, acepté.

Luego fuiste contándome tu periplo, las aristas de tu infierno, y también las que te condujeron de regreso, el profundo agradecimiento que sentías hacia tu madre y, sobre todo, hacia tu hermana Ana, por haberte ayudado en muchas situaciones de las bravas. Compartimos un encuentro de poesía, y muchos diálogos muy ricos por facebook. Estabas produciendo y trabajando, cosa que me enorgulleció mucho. Te sostenías solo, alquilando un departamento al que nos invitaste junto con otras dos ex alumnas del cole, con quienes compartimos un día del maestro muy especial.

Contaste en un momento que convivías con seres inexistentes, pero que podías discernirlos perfectamente. Tu inteligencia era abrumadora. Me acordé de vos cuando hace poco vi "Una mente brillante", por la capacidad de distinguir el propio delirio.

Acababas de editar tu primer libro de poesía, y no lo querías vender: lo regalabas. Matías 215 era tu seudónimo, y no llegué a saber por qué. Allí le dedicabas un poema a la olanzapina, droga a la que estabas particularmente agradecido.

También me contaste que estabas trabajando en un libro que reuniría tu obra plástica, y modelando en pequeño formato seres que te expresaban.

No volví a saber de vos hasta fines de dos mil diecinueve, año en que me llegó la noticia de tu muerte, y yo no era tan valiente como ahora, Mati, y no pude preguntar nada. Pero tampoco sé si es lo más importante. Te quise mucho, y sé que vos a mí.

Toda tu obra es excelente. Tanto la pictórica como la poética.

No sé cómo fue tu padre. Sí sé que tu identidad es otra; que sos, -porque seguís habitándonos-, un airampo de luna con vida propia, un artista con mayúsculas, alguien con quien hoy me gustaría sentarme a tomar un vino, por qué no, o un mate, y sostener una larga charla sobre la vida, y poder verte viviendo la suerte en el amor que creíste no merecer, verte feliz; verte.


De todos modos, viste como es esto: los que dejan huella se quedan. Y vos dejaste huella. Por eso al ver el negocio te recordé, y al sonar dos veces la canción que nombra los airampos me surgieron las ganas de dedicarte estas palabras, que creo llegarán al sitio en que tu espíritu abreve.

Elijo imaginarte escuchando estas palabras. Elijo pensarte sobrevolando nubes, cantando con los ojos cerrados la canción que construya tu felicidad.

Te quiero mucho. Hasta cuando nos encontremos, amigo. Seguiré tratando de colaborar con la difusión de tus obras. Sabrás que nos trascienden, para qué explicártelo justo a vos.






(Mi homenaje a Matías Nuñez, artista plástico y poeta tucumano)

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