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sábado, 19 de marzo de 2022

MEZCLA RARA DE MUSETA Y DE MIMÍ

 


Érase que se era que mi vieja andaluza, llegada a estas tierras con un año apenas, católica apostólica romana practicante como le gustaba definirse, y mi padre, ateo confeso, comunista de los que no se afiliaron y argentino en primera generación, nacido de padres casados por arreglo, - mi abuelo ucraniano judío y mi abuela polaca judía-, un día contrajeron matrimonio. Eso fue según la ceremonia mixta cuya celebración aterraba a mi viejo, y de la cual preservó a mi abuela, que no se tenía que enterar.

Érase que se era que de esa unión nací yo, y que fui criada a la usanza materna, y dado que el misticismo temprano florecía en mí naturalmente, no me era problemático asistir a misa, sino todo lo contrario. Era un hecho gozoso, sobre todo por ciertas partes de la ceremonia que siempre sentí celebratorias.

A esa disposición se sumó el hecho de que por los azares de la vida me tocara tener cerca una parroquia tercermundista, -aunque ni mi madre ni yo nos aviváramos en su momento-, en la cual tuve el gusto de conocer al padre Goñi, que fue maestro del padre Mugica, quien una vez me confesó en su pieza y cara a cara,-como era su costumbre-,  y que murió en su ley, en un accidente de camioneta cuando llevaba de campamento a pibes de la iglesia que había fundado en la Villa, la de Cristo Liberador.

Allí recibí en mi adolescencia charlas de educación sexual, diu incluido, asistí a mis primeros campamentos, y cuando me tocó confirmarme tuve la suerte inmensa de confesarme con el padre Jorge Aguiar, quien después de decirle muy seriamente que tenía grandes dudas respecto al dogma católico, me contestó: “yo antes te quería mucho, pero ahora te quiero más”.

El padre Jorge, ese mismo que disfrutaba especialmente del momento en que, - a través de los superpoderes que otorga el señor a sus representantes en la tierra-,  podía perdonar en nombre de Dios, y ser perdonado, ese padre Jorge tomaba mates conmigo mientras yo me desahogaba sin censuras y con varias coincidencias, a mis quince, respecto de mis desacuerdos con la fe católica. 

Fue así que me confirmé, ante mí, sólo en lo que creía. Después de mudarnos, -sería a mis diecisiete más o menos-, abandoné por completo la Iglesia y la fe católica, y la fe en dios en general. Pero seguía viva dentro mío, con otro formato, como una espiritualidad abierta, que redescubrí muchos años después, y que retomé a mi modo y sin dogmas.

Hoy, una querida ex alumna me invitó a su confirmación en la fe católica. Asistí a ese hecho sintiendo que lo hacía por ella, y cuando estuve allí me di cuenta de que algo en mí celebraba estar allí, que algo mío también era partícipe de su ceremonia de confirmación.

Mientras llegaba a la parroquia me anoticié por la romería de gente que hoy, diecinueve, es el día de San Expedito, ese santito del que tanto me hablaba mi querida tía de Mar del Plata en mi infancia, el que concedía los pedidos “rápido y ligerito”, y que por entonces muy poca gente conocía. Luego, durante la ceremonia, me anoticié también de que encima, era el día de San José, así que teníamos varios puntos de energía fuerte que estaban acompañando, y cuando sonó una canción que ya se cantaba en mi adolescencia, me dije que era buen momento para tomar la comunión. 

Así que , tal como los Lakotas se disponen a entrar al temazcal, así me dispuse yo a tomar mi eucaristía. Un  amigo que sabe de esto me contó un día que ellos, - los Lakotas-,  consideran que SOMOS todas nuestras relaciones, por eso antes de entrar al Inipi (recinto donde se hace el Temazcal) recitan siempre la frase: "Aho Metakuye Oyasin", que en idioma Lakota significa: Aho  (Eso es Verdad), Metakuye o Metakease Oyasin (Por todas mis relaciones)... lo que en castellano se suele decir :"Entro con todo lo que soy, entro con todas mis relaciones"... Se entra a sanar eso, lo que somos, todas nuestras relaciones, me dijo.

Y pensé en mi mamá y mi papá, en el instante en que me concibieron, muy probablemente en su luna de miel en Brasil, y dediqué especialmente esta eucaristía a la posibilidad de honrar lo mejor de ellos, su coraje de ese momento, y en todo este volver a mis diecisiete después de vivir un siglo, -parafraseando a Violeta-, metí también en mi emoción a ese siglo de vivencias, a mis vínculos, tantas cosas…

Mi ex alumna, M., allí estaba, conmocionada. Esta confirmación en su fe era para ella un momento de alta significación acentuado por sus circunstancias vitales. Ella estaba allí, con la valentía puesta no sólo en sus lágrimas: estaba de pie después de afrontar con recursos exiguos una adversidad extrema, de la que había salido fortalecida. Ella estaba ahí, la M. que yo había conocido hace muchos años, cantando en nuestro querido taller de música, ahora rodeada de gente que desmitificaba el poder de la orfandad en que la dejó la vida, para otorgarle la dignidad de ser merecedora del afecto de tantos entre los que también estaba yo. Seguramente Vivi, desde otro plano, haya estado con nosotras cantando algo, andá a saber.

Así que entré y salí de mi temazcal, ese que puedo sentir también en una sinagoga, una mezquita, un templo budista o un árbol, o danzando, ese que llevamos puesto y que aquí tenía el decorado y las palabras de la iglesia de Cristo.

Volví a mis diecisiete después de vivir un siglo, descifrando signos sin ser sabia competente, volví a sentir profundo como un niño frente a dios, tal como cuenta Violeta, mucho antes de este día. 

Hoy tomé una eucaristía distinta, como distintos son los diecisiete que llevo hoy en el alma, como distintos son de aquellos a los que Violeta volvió.

Hoy celebré la semilla que fui, el milagro que soy, el milagro que es M, el milagro que somos todos. 

(dedicado a M.J. S, con cariño)

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