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viernes, 7 de julio de 2023

Como en casa


ayer mientras danzaba me di cuenta de que no sólo mi cuerpo respondía a consignas, y a estímulos despertados por la combinación de las consignas con la música, sino que las palabras en sí mismas, determinadas palabras pronunciadas de algún modo especial o por su ubicación en el conjunto del sensorium, y las  palabras entonadas melódicamente por los intérpretes de las canciones, tenían un poder sobre mí, y sobre las emociones que desencadenaban.

Y me pareció un acontecimiento singular, porque lo que nos conmueve en la danza, y en pasar la música por el cuerpo o por la emoción aún no danzada, no suele tener que ver con la comprensión del idioma.

Sin embargo...a veces ciertas frases que comprendo también en su significado, hacen que me emocione, que detone algo especial y único, o que se acentúe. Como si las palabras tuvieran tacto, textura, y nos tocaran. Tal vez por eso habría que decirlas con más tacto, como quien improvisa una caricia y la dibuja en otra alma.

¡Qué misterio el de la palabra! Ayer hablábamos del cuerpo, le hacíamos caso, en sus acciones supuestamente "involuntarias", sus micro decisiones, como ir para un lado y no para otro, como moverse o detenerse, y otras tantas. Y sin embargo ahí, salpica el canto una noción que aumenta su poder en su mixtura con la palabra.

¡Ah palabrita: tan sobredimensionada, tan malinterpretada, tan sagrada, vos!

La palabra es fuente de malentendidos, decía el zorro al Principito. Y tenía mucha razón.

Si no dispusiéramos de la tecnología, no conoceríamos cómo suena nuestra voz desde fuera, no sabríamos reconocer eso que está ahí y que también somos, y que es nada menos que una parte muy importante de lo que los demás reciben de nosotros a cada momento.

Del mismo modo que a partir del uso corriente de los videos nos acostumbramos a convivir con ese extraño que se mueve y toma prestada nuestra identidad, la voz propia en sus inflexiones, en todo lo involuntario que contiene, también es una extraña a la que acogimos desde la popularización del audio como forma de mensaje.

Y si yo misma me soy extraña en tantos gestos: ¿cómo voy a pretender que el otro me sea tan familiar como para poder darlo por sabido de pe a pa sin tener que preguntarle nada, sin necesitar que me brinde información acerca de lo que de veras piensa y siente?

Creo provisoriamente que la palabra también es un acto, y cuanto más consciente, más lo es.

Pero así como en las canciones los significados y los sonidos pueden llevarse de maravillas o darse de patadas, en el lenguaje cotidiano, también sucede esto.

Por eso necesitan ser interpretados en contextos sensoriales amplios, en los que la pobrecita palabra no esté tan sola, tan librada a su escasez de poderes metafísicos, porque la palabra café jamás olerá a café, a menos que hagamos magia, y hasta la magia tiene sus fundamentos, y si no a preguntarle a magos, brujas y hadas.

¿Somos lo que decimos o lo que hacemos? ¿Qué pesa más: un kilo de adulaciones o un acto de amor sincero? 

Es que de veras las acciones tienen un infinito valor en el lenguaje del cariño, un valor que no tendrán las palabras. Sin embargo lamentar una palabra o un tono hiriente, también es una acción. Decir el cariño en voz alta, también es una acción, a veces muy necesaria. 

Decirse y des-decirse o re-decirse son acciones. Ante uno mismo, y ante los otros. Por eso quienes saben estar, quienes nos han regalado presencia activa, interés y atención, cuidado en resumen, merecen el espacio para realizar esas acciones tanto como nosotros: explicarse, dejarse ser, desnudarse de poses y de frases hechas.

El lenguaje del cariño, -del amor, en su sentido amplio-, necesita sentirse como en casa.


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