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jueves, 3 de junio de 2021

Sobre la impermanencia



Cada vez que veo la imagen de un erizo, me acuerdo de una película que suelo recomendar hasta el hartazgo. La fui a ver "de casualidad" con mi vieja, una de las últimas veces que fuimos juntas al cine. La idea era ver una película muda, pero nos enteramos al llegar al cine de que ya no estaba en cartel. Mamá se había preparado para la ocasión y no era cosa de dejarla sin su fiesta, así que elegí una, sólo guiándome por el título. "El encanto del erizo", si bien era francesa, me pareció la más adecuada. Se la fui traduciendo, ella ya no leía bien...Y nos quedamos felices. Y como si fuera poco, debido a que se cortó cinco minutos antes del final, nos dieron dos entradas para verla gratis de nuevo. Cosas de la impermanencia. Como la muerte. 

Cuando recomendaba esta película, solía hacerlo por el impacto que tuvo al verla el tema de la muerte, y que mejor que nos agarre habiéndoles dicho a quienes amamos lo importantes que fueron para nosotros, aclarar lo que sea posible aclarar, estar al día. Pero cuando la volví a ver hace poco, también por obra y gracia de la impermanencia, se me presentaron otros aspectos que tal vez ahora no vendría al caso enumerar, pero que se me escaparon antes.

Y es que la impermanencia es. Hay quien quiere programarla, como si se pudiera. “Dejar fluir”, como si de nosotros dependiera el flujo y el no flujo de los sucesos. Solemos ser bastante presuntuosos…No es cuestión de ‘querer ser impermanentes’, ya que la palabra no alude a alguna suerte de indisciplina o irresponsabilidad afectiva, ni a la falta de nortes. Más bien, se trataría de advertir que todo puede sorprendernos: que el norte cambie, que por más responsabilidad afectiva que desarrollemos no nos vaya como hubiéramos querido… y un largo etcétera, incluidas nuestras propias transformaciones.

A veces fluimos tanto, que nos convertimos en una verdadera catarata. A veces, dejamos de fluir, hasta que nos toma por atrás el tornado y, o fluimos …o fluimos: no nos queda opción.

‘La vida siempre es más imaginativa que uno’, me decía un gran amigo que padecía esclerosis múltiple desde sus veinte, y por cierto que supo hacer algo bueno con la lección que le dejó la impermanencia. 

‘Después de la menopausia el deseo sexual en la mujer declina’, afirmó con convicción alguien que, inesperadamente, se encendió. Cosas de la impermanencia: lo inesperado, lo anhelado, allí donde no se suponía que estuviera. Y también todo lo contrario. ‘Chupando un palo sentados sobre una calabaza’, cantaba Serrat en "De vez en cuando la vida". 

Porque será cuando la vida quiera, aunque nos rebelemos y nos demos literalmente la cabeza contra la pared, al no poder descubrir un sentido en lo que nos ocurre. 

Siempre conviene recordar que la muerte existe. Aunque tal vez éste no sea el mayor problema para el que se muere "dispuesto a amar", como decía el personaje de la película (uno de los "detalles" que se me habían olvidado), sino del que se queda con deudas pendientes.

De todos modos, la gran contradicción de la muerte es su potencia, y a la vez, cómo esa potencia queda colapsada por el recuerdo, la memoria, las maneras en que la vida encuentra su trascendencia. Y la contradicción es parte de las delicias más suntuosas de la impermanencia. Algunos quieren extirparla. Es una pena. Pertenecí a ese club, y dejé de ser socia. «¿Que yo me contradigo? Pues sí, me contradigo. Y, ¿qué? (Yo soy inmenso, contengo multitudes), decía Walt Withman. 


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