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jueves, 10 de marzo de 2022

ENOJARSE, PERDONAR, REPARAR

https://www.youtube.com/watch?v=P3cc7NsZQAE

Uno se enoja, así es la vida. Es parte de la vida. Se enoja con uno mismo, con otros, con alguien en particular, y hasta a veces con el mundo. Pero yo no quiero hablar aquí del enojo crónico: yo quiero hablar del enojo con alguien en particular. 

El enojo es una de las formas que asume el amor en cualquiera de sus variantes.

Lo opuesto del amor nunca fue el enojo, ni siquiera el odio, sino la indiferencia.

Uno se enoja con alguien que le importa y mientras le importe seguirá enojado.

Es más, a veces se ha perdonado a esa persona pero como se la sigue queriendo se sigue enojado con ella.

Uno sigue enojado cuando alguien aún no es recuerdo, y uno o bien desearía encontrarse y reparar juntos el motivo del enojo, o bien al menos quisiera que, -de no ser posible-,  esa persona merezca estar viva en nosotros como recuerdo. Porque también hay personas que no están destinadas ni a perdurar como recuerdos, ya que con el tiempo pierden tanto de su importancia y su brillo que tal vez no las recordemos nunca más, o apenas si algo las nombra.

Por eso hay que aprovechar mientras aún hay enojo a eso que antiguamente se llamaba hacer las paces.

Hay quien las hace en el lecho de muerte, doy fe, y hay quienes no las hacen nunca.

Hay enojos cuyas paces se hacen hasta sin decir nada de tontos que son o que fueron. Enojos que prescriben solos, o con el tiempo, porque cambiamos nosotros o el otro cambió y ya ni es necesario recordarlos.

Hay otros enojos que marcaron una herida, y ahí es más complicado, porque enojarse y reparar y perdonar o perdonarse y/o ambas cosas, es un arte que hay que cultivar y que sólo es posible hacer de a dos.

Rolando Toro, creador de la biodanza, decía que el otro nos trae noticias de nosotros mismos, por eso el enojo es una buena noticia, aunque no sea bienvenido.

La herida, como los ríos, tiene dos orillas siempre. A veces las dos partes involucradas están anoticiadas de que hubo herida, y a veces no, o no adecuadamente. Tantas veces hemos lastimado sin siquiera darnos cuenta, y tantas veces nos han lastimado sin siquiera advertir cómo y de qué manera. Y hemos callado. O hemos dicho algo que cayó en saco roto, o no hemos sido claros queriendo serlo, o…o…o…

La cosa es que para que dos puedan entender qué pasó, perdonarse y perdonar y si es posible reparar y continuar el vínculo hace falta presencia: dos que se miren a los ojos, que se escuchen mutuamente sus verdades, que estén dispuestos a saberse partícipes de un daño las más de las veces involuntario.

Sin eso, no hay tu tía. 

A veces las personas se disculpan, pero medio a la ligera, “como si” se pudiera pasar de un instante de profundo dolor al lugar en que se estaba antes de la herida así nomás. Se busca saltearse la charla incómoda, y pasar como si nada a las ganas de reír juntos y al bienestar. Se desea saltarse el grano de pus, como si fuera posible ponerse a hacer cualquier cosa sobre él sin que reviente. No se está dispuesto a escuchar la versión del otro ni a invertir tiempo y atención en eso.

Entonces, queda interrumpido todo. A veces el otro no merece la pena, y a veces el otro pena también a su modo, muchas veces al menos es así.

Es una de las cosas más absurdas que tienen los vínculos humanos, pero suceden.

La parte que quedó herida (si es que fue sólo una de ambas), se verá en la difícil tarea de perdonar a solas. Le faltan datos, y lo que es más importante: le falta el otro. Su mirada, su comprensión, su versión de las cosas. Le duele esa falta, y sin embargo, -sea porque ese otro no quiere, literalmente no se le da la real gana, o porque no puede, o porque no sabe, y es más: hasta por las tres cosas juntas-, tiene que elaborar una solución que lo deje vivir.

Se ha dicho hasta el hartazgo que el perdón libera. Que la aceptación, -incluso si el perdón no fuese posible-, libera. Y es la pura verdad. No es nada fácil el camino de los vínculos, pero menos fácil es cortarlos sin haber explorado la posibilidad de haber hecho algo distinto.

Nos es difícil y a veces tremendamente difícil perdonar, pero sin saberlo estamos siendo hijos de otro perdón, seguro, o de muchos perdones de los que ni nos enteramos, y que nos ha brindado la generosidad de algún otro. Por lo tanto estaría muy bien hacerlo circular, pero no como quien cumple un deber cósmico, sino como quien se es, así, plantado en una necesidad propia, que de otro modo es una máscara más de las transacciones que se realizan para obtener lo que queremos en nuestros términos y condiciones..

De todos modos, siempre habrá una reparación a esa herida, tanto de la que hicimos como de la que recibimos. Siempre habrá alguien que nos de el mensaje o el abrazo que nos venía haciendo falta, siempre habrá alguien a quien darle la mirada blanda que no supimos ofrecer en su momento. Y que esas cosas lleguen es importante, y nos ayuda a cicatrizar.

Pero nunca es lo mismo que llegue ese mensaje o ese abrazo en particular, ése que sólo alguien en particular puede ofrecer, porque cuando llega, y hasta si llega años después, es un verdadero regalo de los dioses. 

Siempre el amor estará del lado de la presencia.


( cosas que se me ocurren cuando siento, parafraseando a la Walsh, sepan disculpar el desvarío)
( acompaña la canción "Qué bonito", de Alberto Rojo, de mi serie "canciones para conectar con las cosas lindas y de verdad de nuestra vida")

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