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jueves, 14 de abril de 2022

A RIESGO DE ESTAR TRISTE, POR ANNE DUFOURMANTELLE, o el exilio interior, con subrayado de quien suscribe


Dice Anne Dufourmantelle: 

“Uno está triste como lo estaría en la soledad de una tierra extranjera, cuando ya ningún punto de referencia familiar arrulla la mirada. La tristeza conlleva una crueldad que reside en su extensión sin límites, en la imposibilidad de fijarle un umbral, de dar la orden de que se acabe. Pero en el momento en que aquello ya se desprendió de ti, es escurridizo como la arena. La tristeza te dejó, sanseacabó. Y escribes, amas, sueñas, te duermes con los brazos ligeros y el corazón abrazado; la tristeza te habrá dejado libre pero diferente. En esto consiste su riesgo. Podemos evitarla y parapetarnos en ella, apartarnos, ignorarla. O bien arriesgarnos y abrirnos al exilio interior al que nos somete sin violencia y que era imposible de imaginar previamente. “

Y luego, compara el sentimiento de la tristeza con el de la fatiga, para diferenciarlo. Nos dice:

“La tristeza es muy cercana al cansancio, este mal contemporáneo. La fatiga es un proceso vital, decía Blanchot. Es una forma de ser a la orilla de uno mismo, que de alguna manera toma a su cargo el mal de vivir. También nos cuida, dejándonos la posibilidad de esta excusa: estoy cansado/a” ( … )

La fatiga contiene un pródromo de melancolía que se atribuye al estrés, a la falta de descanso, de tiempo para sí, todas cosas que soportaríamos perfectamente si estuviéramos en la efervescencia amorosa. El cansancio descuenta ese “para sí” que parece hacer tanta falta hoy en día, alimentando al ogro (trabajo, familia, etc). ( … )

Entonces acceder a la tristeza es probar la verdad de esta fatiga. Extraer de ella el principio activo, vital, la urgencia.

Correr el riesgo de la tristeza sería el contrario de ingresar en la melancolía; comprender que es la comparsa secreta de la beatitud, y que ese ensanchamiento del ser que ella nos señala nos hace recordar otra posibilidad de ser nuestros y del mundo, abiertos a lo que venga”.

Así termina el corto capítulo. Y a mí me dan ganas de gritar BRAVO, y aplaudir, como en un concierto.

Porque frente a lo inevitable, a esa falta de referencias que arrullen la memoria de lo familiar, frente a esa devastadora falta de umbral, al río de lágrimas, a la llovizna fría y azul de un otoño imprevisto, de - hay partes que no he transcripto pero que evocan esto- las ausencias, los dolores no elegidos, o lo que se asemeja a ese remedio amargo que uno no desearía necesitar tomar nunca y que a veces es el único que se requiere, la tristeza es la única posibilidad honesta, la de dejarse mojar por ese vendaval confiando en que se terminará, y , -ya habiéndolo experimentado-, sabiendo que se termina. Y que nos va a dejar "otros", nuevos, hasta que vuelva, sí, -también lo sabemos-, para decir todo lo que tenga que decir mientras lo vamos absorbiendo, como lo mojado es absorbido por la tierra, o como de última creará un mar donde no lo había, para seguir nadando la esperanza.


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