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lunes, 11 de abril de 2022

CONVERSAN LA SIRENITA Y PENÉLOPE ( y se va la segunda)




Después de unos días de tremendo lío en Ítaca, cuando más o menos se empezaron a ordenar un poco las cosas, Penélope, una tarde la invitó a la sirenita, - a quien llamaremos por ahora Sin Nombre-, a tomar un feca, y ella aceptó.

A Penélope le producía un gran asombro y una especie de fascinación esa muchacha con pies humanos y sin voz, desnuda y bella. 

Penélope había llegado vestida finamente con una túnica diseñada por ella misma, y la sirenita seguía en cueros, pero eso en Ítaca por entonces no parecía constituir ningún problema. Cuando se sentaron, se pusieron a charlar, y de ahí en adelante, no pararon. 

A Penélope le intrigaba mucho cómo había podido Sin Nombre renunciar a su voz, aceptar tener pies que le hicieran doler, y haber renunciado también a todo un mundo de maravillas submarinas en nombre del amor de un príncipe que finalmente no llegó a retribuir el suyo.

-Y bueno, le dijo Sin nombre, la verdad Penélope es que es cierto que se me fue la mano, pero tampoco la pavada. Mirá vos por ejemplo, que gracias a que ahora no tengo cola de pez puedo darme cuenta de que entre mis piernas hay algo que quiero usar. Te confieso que me gustaría, a decir verdad. Y en cuanto al reino submarino… ¡Eso sí, era una maravilla! Pero allí sólo había pescados disponibles, y yo nunca logré enamorarme de uno de ellos… Lo del dolor en los pies al andar es cosa de la bruja delos mares, que a veces es un poco exagerada, pero lo peor, eso sí, fue no tener voz. Porque ni siquiera pude hacerme entender por él, y se ve que el amor por su prometida era sin duda más fuerte que el posible deseo de haber aprendido a entender mis gestos. Pero bueno, ya pasó. 

(En esos momentos sonaba la canción que decía “no me arrepiento de este amor”, y ambas se pusieron a tararearla). 

-¿Ves? Lo importante ahora es que volví a tener voz, y eso sí me gusta. Quisiera estar ahora con un hombre con quien pudiera cantar y cantar, y usar eso que descubrí que tengo, que no está nada mal. Y…algún conjuro para mis pies ya se me ocurrirá. Lo que sí tengo que hacer es ir a agradecerle al fantasma de Canterville que me haya sacado el hechizo enmudecedor de sirenas.

Penélope la había escuchado absorta, y con la mirada un poco perdida.

-Y vos Penélope?

- Yo… ¡Ay! ¡Yo!  (se hizo un silencio imponente) Yo tuve una vida buena con Ulises, empezó Penélope… Y cuando te digo buena, no me refiero a lujos, aunque los hubo. Me refiero al placer de la buena compañía, a ese gozo intenso del conocimiento mutuo, a la unión potente y dulce que nace en el amor doméstico, y que contiene a Eros sin convertirlo en cenizas pero tampoco en una hoguera omnipresente que acapare toda la atención, ¿me entendés? … (Sin Nombre, la miraba casi sin gesticular). Pasa que fue demasiado tiempo desde que partió. No sé cuánto más  podría haberlo esperado, y aun entendiendo su espíritu justiciero e idealista, me cuesta comprender cómo pudo abandonarme durante tanto tiempo, tantos años, y sobre todo… ¡estaba harta ya de esa forma que elegí para estirar la situación! Eso de tejer y destejer continuamente me hizo olvidar de quién era yo, ¿sabés? 

Ahí doña Penélope encendió un cigarrillo griego.

-Y la verdad que estar con este muchacho…me hizo bien, me gustó mucho, pero sobre todo, sobre todo… ¡a partir de ese momento empecé a recordar otras cosas que estaban dormidas!… Fijate que por ejemplo pude volver a diseñar prendas, este vestido que llevo puesto sin ir más lejos. Y eso no lo había hecho por más de veinte años, ya había abandonado el diseño antes de que Ulises partiera.

La sirenita la miraba con cara de perplejidad: su corta vida no le había permitido aún esa forma distinta de imaginar el amor. No podía entender bien lo que trataba de transmitirle Penélope porque no lo había vivido.

-Me llamo Aramea, le dijo de pronto. 

Penélope no entendía.

-Sí: Aramea es mi verdadero nombre, pero jamás se lo pude contar al señor Andersen que se apuró a escribir mi historia. Sin embargo ahora recuerdo mi nombre. Dijo la sirenita con una sonrisa de oreja a oreja.

Penélope y ella se abrazaron fuerte y largo.

-Y decime Aramea, ¿vos no creés que lo tuyo responde al ideal romántico de amor que impuso el patriarcado?

- Mmmm…No me lo puse a pensar , dijo la sirenita. 

- Lo que sí creo es … que si uno quiere vivir diferente, si uno quiere ser quien realmente es, algo pierde... Yo fui excesiva, es cierto… Pero no me hubiera quedado toda la vida adornando el jardín familiar, y acariciando la estatua de un imposible sin haber intentado desafiar eso. Y lo que ahora quiero recuperar, es distinto de lo que hubiera creído que extrañaría. Soy una paria, pero ese momento en que corrí el riesgo de mutar y me impulsé hacia arriba, hacia la tierra, no me lo quita nadie, y me da tremendas fuerzas de ir por mis canciones nuevas, por unos pies sin dolor, por un amor que desee comprender lo que le digo aunque no sea con palabras.

Y luego, llevándose una mano al pecho, continuó:

-Yo también creí, Penélope, que tu amor respondía a un ideal patriarcal de familia, -agregó Aramea -, y sin embargo comprendo que la felicidad que te evoca ha sido verdadera, y eso iluminará tus días por venir, no lo dudo.

A Penélope le asomaron dos goterones de los ojos nublados por el humo del cigarro.

-Creo que es hora de volver a palacio, le dijo la dama. He estado muy contenta de conversar con vos.

- Yo también Penélope. Con tu permiso, me voy a buscar al fantasma así le doy las gracias. 

Y así diciendo, ambas partieron en direcciones opuestas, con el corazón abrigado.

De pronto, Penélope se dio vuelta y le gritó: ¡si querés te puedo diseñar uno! ( y se señaló el vestido) Digo, nomás.

Pero Aramea no la escuchó. Andaba caminando a paso vivo, y Penélope, sonriendo la miró partir.


( creemos que continuará)

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