Visitantes cósmicos de buena voluntad,sean bienvenidos a este lugarcito que albergará poemas, pinturas y toditas cosas que habitan mi alma...


martes, 5 de abril de 2022

LA ODISEA EN VERSIÓN APÓCRIFA



Dicen que Ulises sabía bien lo de las sirenas, eso de que el canto encantador era chamuyo y que si les hacía caso a esos encantos iba a terminar finado en el fondo del mar, sin siquiera haberse dado el gusto de amar hasta el despropósito a alguna de ellas. Como tuvo la suerte de que otros remaran para él, se pudo dar el lujo de escucharlas sin correr riesgos mortales, ya que pidió que lo amarraran al palo mayor. En cambio sus hombres, los que tenían que sudar la gota gorda haciendo avanzar la embarcación estaban con los oídos tapados, muy pero muy bien tapados, sellados casi se podría decir, para que siguieran y siguieran con su ruda tarea sin correr riesgos tampoco. Aquí la tentación era sólo para los oídos y el alma de Ulises, ya que ellos sí estaban liberados. 

Nadie sabe a ciencia cierta cuánto duró la cosa, pero el caso es que Ulises escuchó y supo lo que otros hombres no llegaron a saber, supo por qué les costaba la vida ese canto de sirenas, tuvo en su cuerpo y su alma el más grande de los deseos, y sabía que no lo podía seguir. Estuvo bien para esa noche, o ese día, para el rato que duró la tortuosa expedición hacia esa belleza mortífera. 

Más tiempo no hubiera sido tolerable.

***  


Tal vez ni siquiera para las sirenas, porque las muchachitas quizás se hubieran aburrido de insistir tanto al divino botón. Ya para eso estaba la pobre Penélope, teje que te teje, y desteje que te desteje, todo para no dejarse tentar por ninguno de los forzudos y ostentosos muchachos que pretendían desposarla en ausencia del bravo Ulises.

Ser una sirena , por lindo que pareciera, era ser asesina de navegantes. Ése era en el fondo su cruel destino. De todos modos, siempre hay una oveja negra, y aquí también la hubo: fue la sirenita de Andersen, esa hermosa criatura que soñaba en sus jardines acuáticos, con un hombre, uno en particular, ése que había visto en una estatua submarina, y que se le apareció un día de tormenta y casi muere. Casi, porque ella le salvó la vida y lo devolvió a la tierra. Sólo que como las sirenas no existen, él no se enteró. Y ella quiso que se enterara. 

Entonces hizo todo lo posible, tomó las terribles pócimas de la bruja de las sirenas, y, al costo de perder su voz para siempre y de que cada paso que diera le doliera, le pinchara, una noche se arrimó a la orilla del mar, y después de ser despedida con lágrimas por sus hermanas, se dejó caer sobre la tierra.

Ya había dejado de ser sirena.


*** 

Es que hay una condición que se pierde cada vez que una criatura ejerce su mejor rebeldía, desobedece los límites, el destino impuesto por la tradición o la familia, y entonces el fantasma que deja de arrastrar sus cadenas por la noche y suelta su sábana para salir corriendo y gritar “la pucha que vale la pena estar vivo” ya dejó de ser fantasma.

Mientras tanto, en el palacio de Ulises, -que todavía andaba con la cabeza que le retumbaba de tanto sonido que había escuchado-, parece que un día doña Penélope vio, de reojo, a un muchacho que no le cayó nada mal. Descuidó un poquito los puntos del tejido y esta vez, al principio un poco lacónicamente, le dio charla. Esa noche se olvidó de destejer, y cuentan las malas lenguas que el palacio se llenó de sonidos dulces y quejumbrosos como el canto de las sirenas.

Salió Penélope a declarar la independencia del reino, y a decirle a la muchachada que ella ya no lo iba a seguir esperando a Ulises, que ellos vieran qué hacían nomás. 

Y entonces apareció la sirenita, que casi cae desmayada de cansancio sobre uno de esos  elegantes sofás griegos, mientras miraba fijamente a todos, aunque no podía decir palabra y no paraba de frotarse las plantas doloridas de sus pies.

El riesgo tiene esas cosas, muchacha, le hubiera dicho la voz del comercial de Virginia Slims, pero mientras la chica sin voz y con el cuerpo hermosamente expuesto, descansaba con languidez, llegó en cueros el fantasma de Canterville que no sabía qué hacer para taparse las partes porque se había dejado la sábana entre las tapas también en cueros de la edición de papel biblia de los cuentos completos de Oscar Wilde. El pobre se había hartado de no hablar, de dejar huellas que nadie entendía, de no existir, y un buen día se dijo: cualquier cosa preferible a esta tortura, y se bajó del cuento. Al ver a la sirenita quedó extasiado y se ve que con tal fuerza la miró que rompió el hechizo de la bruja de las sirenas, y la sirenita prorrumpió en un alarido que dejó a todos peripatéticos.

***  


¿Y Ulises? ¿Qué sería de él? Del sabio y pícaro Ulises que todo lo quería, y también la fidelidad eterna de su mujer?

Eso ya es otra historia.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario