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sábado, 7 de mayo de 2022

DOS APUNTES SOBRE LA ARROGANCIA: RELATO Y POEMA

VARIACIONES SOBRE LA ZORRA Y LAS UVAS DE ESOPO

Una zorra hambrienta, como viera unos racimos colgar de una parra, quiso apoderarse de ellos y no pudo. Marchándose, dijo para sí: «Están verdes.»

Todos los racimos se pusieron tristes, porque las uvas moradas que los formaban sabían muy bien sus cualidades, sabían de su aroma y su dulzor, y ante tanta decepción se marchitaron del golpe.

Eran muy ingenuos los racimos de uvas con respecto a los zorros del lugar. Esta zorrita era muy bella, y al verla llegar todas las uvas que no querían más que darse al paladar de cualquier ser dispuesto a saborearlas, imaginaron contentas que estaban por cumplir su misión vital una vez más.

Se decepcionaron, y eso las amargó. ¿Y para qué serviría una uva amarga? Por eso, el elemental de las parras ordenó que se secaran de inmediato. 

Tal fue el final de las uvas.

En cuanto a la zorra, al llegar junto con sus amigos y amigas y contarles la anécdota, fue interpelada por varios de sus congéneres. Conocemos esa parra, le dijeron, y es imposible que las uvas que ayer tenían el color del vino hoy estuvieran verdes, le dijo una compañera.

La zorra se vio en dificultades, ya que no podía sostener la mentira que ella misma se había creído de algún modo. Bien sabía la pequeña zorra cómo había apetecido ese manjar. Sin embargo era mayor aún que su frustración la imposibilidad de aceptar su debilidad e ineficacia ya no ante sus iguales, sino ante sí misma.

Bueno, dijo, es cierto que no estaban tan verdes, pero decidí no comerlas para que otros animales más hambrientos que yo pudieran hacerlo.

Los ruiseñores se miraron entre sí y desde las ramas voló una melodía de elogio hacia la caridad de la zorra. Ella agachó su cabeza y entrecerró sus ojos, dándose por aludida, mientras el zorro más anciano interrumpió la escena. No te creo, exclamó. Había uvas suficientes para el hambre de todos.

La zorra volvió a defenderse, diciendo que en realidad estaban un poco altas para su estatura, pero nada parecía conformar a quienes la rodeaban y la habían visto crecer.

Está bien, exclamó por fin. No sé por qué me hostigáis así. Soy una simple zorra que intentó comer unos racimos y no llegó a la altura. Soy orgullosa, no puedo aceptar haber fallado en algo tan simple.

Somos seres cordiales, dijo el zorro anciano, y no podemos consentir que una parra se muera de tristeza. Algo habrá que hacer. ¡Vengan, hermanos ruiseñores! Y fue así que partieron en caravana hacia el parral, y ya cuando todos se hallaban muy cerca de las uvas exclamaron: “¡Qué belleza de colores, qué aroma más tentador! Se nos hace agua la boca, queridas uvitas, pero estáis muy altas, así que nos iremos sin poderos comer, pero encomendaremos a los ruiseñores que entonen un canto en vuestro honor”. Y mientras los ruiseñores entonaban su himno, todas las uvas secas se pusieron rozagantes nuevamente, bellas y sabrosas, dispuestas a ser paladeadas en plenitud.

La zorrita contempló la escena, y esta vez logró bajar la cabeza con sinceridad en el gesto, y lloró. Comprendo ahora, se dijo, que el problema no estaba en la altura que tenían ni tampoco en que yo quisiera y no pudiera tomarlas. Comprendo que el problema fue ofenderlas antes de irme, que el tamaño de mi arrogancia duplicara el de mi impotencia, y que el de mi impotencia duplicara el de la belleza que se me ofreció contemplar. Todo eso debió ser más importante que el detalle de haber o no podido hacerlas mías.

El bosque entero contuvo la emoción mientras los zorritos y ruiseñores hacían silencio, y la tierra bebía en esas pocas lágrimas el nutriente más poderoso que pueda darse entre seres sintientes: la humildad era el elemental de la tierra, del humus. Cada vez que la arrogancia llora, una parte de la tierra deja de ser yerma.


***  


Después de un tiempo sin verse
escuchó largo rato sus palabras.
Se daba cuenta de que ella había estado bebiendo
ya que el aliento a whisky se arracimaba en el aire.
Cuando sintió que había llegado su turno de hablar
encendió un cigarrillo.
Fue ahí que, con cara de asco y moviendo las manos
ella le habló de lo intolerable 
de la falta de respeto y del tabaco
y pegando la vuelta se alejó.
Él llorando observó que en su andar 
iba dejando marcadas las eses
en su camino de ida hacia otra ausencia.



 

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