Que nos necesitamos, lo sabemos; pero nos hacemos bastante los salames con eso, porque en este mundo modernoso la autosuficiencia está de moda, a punto de convertirse en un ideal específicamente programado para caerse a pedazos, porque se trata de algo imposible.
Que el buen amor hacia nosotros mismos es fundante
de todo lo demás, también lo sabemos, pero poco lo vivimos; y aunque creamos
hacerlo maravillosamente bien, tantas veces lo confundimos con egoísmo o
prescindencia del otro, como si ese buen amor hacia nosotros mismos pudiera
construirse sin la colaboración de los demás, sin esos otros incómodos, molestos,
y amados que nos informan sobre nuestro trasero porque no tenemos ojos en la
espalda.
Así vamos, en una danza que debemos reaprender a
cada paso, y revisar cuidadosamente.
En medio del candombe de los tiempos, o más bien
del reguetón generalizado, para una libriana como yo que aprendió en el propio
cuero que el otro es primero siempre, hacer una metanoia un tanto leonina hacia
mi propio puerto, ha implicado y sigue implicando la elección constante entre
ser rescatista y ser faro.
Acudir es algo necesario, todos hemos necesitado
alguna vez alguien que acuda, y lo seguiremos necesitando. Nadie está libre de
una enfermedad que lo invalide, de un mal momento importante, de una desgracia
en la que el “arreglate solo” no cabe. Todos alguna vez volvemos a pasar por el
estadio de niños necesitados del cuidado materno, al menos por un rato. Ignorar
esto es de necios.
Pero algunos de nosotros, -tomados prematuramente
según diría don Jung por el arquetipo del o la salvadora-, nos dedicamos a
imaginar que todo el mundo necesita de nuestros servicios cuando no es así,
cuando esto supone una distorsión de la realidad, y hemos gastado muchas veces
nuestro cuerpo en ponernos a nadar y traernos a la carga un cuerpo de ahogado
voluntario o recurrente.
Discernir en estas lides, como todo en la vida,
bien difícil que es. Y bien difícil renunciar a salvar, cuando sabemos, -y digo
cabalmente la palabra sabemos-, que esa persona o situación necesitan alguien
más que ayude, y que no seremos nosotros. Y que no seremos nosotros no por
falta de ganas, sino de idoneidad profesional, porque ya nuestro cuerpo no
puede hacer ciertos esfuerzos, o porque lisa y llanamente, ya nos viene
avisando que no quiere.
Ser faro entonces, puede ser una muy buena
alternativa para quienes tenemos la manía de pretender iluminar y nos quedamos
cortos de destinatarios.
Además, lo interesante de ser faro es que la
posibilidad de serlo está abierta por completo a toda existencia que ande por
el mundo, ya que ni siquiera requiere estar anoticiado de que se lo es.
Mucha pero mucha gente brilla en este mundo sin
saberlo, sin tener noción de su propia luz. Las alas de las mariposas se ven
desde afuera.
A veces creemos erróneamente que iluminar es una
tarea de iluminados, que tenemos que traer algo muy importante bajo las alas, y
no es así. Se limita a ser quienes somos.
Si somos y otros nos ven ser, seremos faro de quien
esté predispuesto a tomar nuestra luz. Única e irrepetible.
A veces seremos faro cuando arriesguemos una
conducta inspiradora, como ser valientes frente a una situación adversa, pedir
perdón con demora, o ser felices a pesar de los infortunios.
Quiero traer aquí, la experiencia narrada por la
poeta argentina Valentina Nicanoff, a quien admiro, encontrado en la web
buscando uno de sus poemas. Ella es una mujer joven, cuyo espíritu se ha
transformado de un modo lo suficientemente significativo como para ser tomado
en cuenta más allá de su aptitud de poeta. O tal vez porque en todo buen poema
se encuentran ,- a mi modo de ver-, dos vertientes: la de los recursos de
escritura y la de la belleza de los contenidos que el alma en cuestión tenga
para aportar. A veces, esto viene de seres con mucho trabajo sobre sí mismos, aunque
no se puede generalizar, ya que hay una labor mediúmnica en la poesía, y en la
escritura en general, compartida con el resto de las artes.
Valentina dice: “Una tarde, que tan feliz
me encontraba googleando la palabra “suicidio”, leí “Virginia Woolf” y fui
hasta una librería. Compré “Las olas” y mi existencia cambió radicalmente, para
siempre: yo no era la única que sufría.” (…) No sé si la literatura puede
salvar al mundo. Sí que puede rescatar de la catástrofe a algunas almas, como
hizo Virginia Woolf conmigo. En mi caso, la poesía hizo que no me matara. El
teatro, que me dieran ganas de vivir.”
Recomiendo en forma entusiasta leer el reportaje
completo:
http://poesiaf5.blogspot.com/2015/06/valentina-nicanoff.html
Es muy pero muy interesante, -entre todo lo que es interesante en esta nota-, poder pensar que no sólo los himnos a la vida levantan posibles muertos, sino que, en un mundo obligador de alegrías y vitalidades compulsivas, voces amargas o tristes también pueden hacer volver a los marginados de la emocionalidad convencional a saberse reconocidos en un mundo que los segrega.
A propósito de todo esto, rescato este texto de Dolina. Se llama ‘Mensaje de texto’, y dice: “Un mensaje de texto es como una luz en la oscuridad, nada más que eso. En la noche, quiero decir la noche de la soledad en la que uno vive, ya que somos islas y es muy difícil establecer puentes decía Sábato. En esa cerrazón, un mensaje de texto es una luz, así que no importa lo que diga, lo que dice todo mensaje de texto es "aquí estoy", lo mismo que dicen los barcos en medio de la noche y de la niebla cuando hacen sonar la sirena, así que no importa lo que uno escriba, porque significa "aquí hay alguien". Eso es para el que lo recibe, pero el que lo hace está demandando también, el "aquí hay alguien" necesita que el del otro barco le diga "aquí también". Por eso no contestar un mensaje de texto, es como no contestar una sirena.”
¿Rescatistas o faros? ¿O rescatistas y faros? ¿Alguien escapa alguna vez a ese destino? ¿Rescatistas y faros también de nosotros mismos?
¿Y por qué no? También ir solitos al service en caso de necesidad, aprender a nadar y a no dejar colillas tiradas por ahí, reducen el impacto de nuestra conducta en los demás, sobre todo en bomberos voluntarios y gente de buena entraña.
28/9/22
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