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miércoles, 30 de noviembre de 2022

LA ALTERIDAD

No hice todo bien cuando daba clases en el aula, pero hay algo que recuerdo con gratitud hacia mí misma. El tema crucial era qué canciones proponerles a los chicos, y cómo se hacía para que les gustaran las propuestas. Un poco a pura creatividad y otro poco con ayuda de algunos supervisores copados, como lo eran los de Primaria por entonces, llegué a la práctica de proponer siempre o casi siempre tres canciones, y dar a elegir entre esas tres propuestas. El truco por supuesto, era que a mí me gustaran mucho las tres, o sea que se eligiera la que se eligiera, yo iba a estar contenta de enseñar esa canción, aunque secretamente tuviera mi preferida. Había también otro método, que muchas veces funcionaba, y que consistía en traer sólo una, pero precedida por una historia mágica, cautivante, que les diera muchas ganas de probar el sabor de esa melodía y de esa letra.

Pero volviendo a la votación entre tres opciones, claro: ocurría que los niños también tenían su preferida y al acatar lo votado por la mayoría, se frustraban un poco. Pero a donde apunto hoy aquí, es al proceso de votación: se trataba de levantar la mano. A veces jugábamos a “levante el dedo gordo del pie izquierdo el que elija la primera”, pero bueno, fuera como fuera, cuando había dos manos o dos dedos gordos solitos que se levantaban, solían empezar a bajarse solitos también, por vergüenza. Y era ahí cuando salía mi yo de ese tiempo a decirles que sostuvieran su elección bien alto, que había que tener valor para ser minoría. Y que eso era muy pero muy importante.

Y es que sin integridad para poder ser pocos y recortarnos, para poder defender ideales que no estén de moda, no es posible ningún coraje: ni el de desafiar caballos en dictadura, ni el de desafiar nuestros íntimos miedos, ni el de soñar creaciones, milagros, descubrimientos, inventar vacunas, descubrir alguna América, creer con fundamento y hallar fundamentos para creer, explorar otras tierras y otros ámbitos.

Nada de eso se construye en la obediencia debida, ni aún a los mejores ideales, ni a lo más inmaculado que pueda ocurrírsenos.

No hay amor posible dentro de la indiferenciación. La palabra ya nos trae una muy parecida:  indiferencia.

Amar en la diferencia más radical, incluso amar en la posibilidad de que el otro no nos elija más si es por su bien, creo que eso es una clave importante, más que la posibilidad de amar al igual, al que nos espeja y resuena con nosotros, porque tampoco ese supuesto “igual” lo es tanto, ya que siempre llegará un punto de desencuentro, de diferenciación. 

Amarnos en nuestra propia diferenciación de quienes fuimos y ya no somos.

Por eso, cuidarnos de las sectas de adentro y de afuera, de todo lo que nos empuja a quedarnos en un nido de iguales, a pertenecer de cualquier manera y a cualquier costo por miedo de quedarnos sin casa a la que retornar.

Mejor arriesgarnos a ser un poco parias, vagabundos, peregrinos, abiertos al camino y a los encuentros verdaderos.

El amor es desprolijo, y nos arrastra a la imperfección, a la diferencia, a lo que se despega hasta volar.

Y allí seremos, o no seremos nada.


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