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lunes, 23 de octubre de 2023

El misterioso caso de los ficus y las palmeras

 (cualquier similitud con situaciones de la vida humana es pura coincidencia)


Ocurre que esto que usted ve acá, aunque le resulte muy difícil creerlo, es una palmera. ¿Que usted ve un pastito? Sí, claro, pero se trata de una palmera que como tal se verá en muchísimos años, y seguramente usted no será el afortunado.


Fíjese bien ahora en la siguiente foto: esta sí que es una señora palmera hecha y derecha, y si sigue fijándose bien, con atención, verá que arriba, a la izquierda le nace una cosa que usted creerá que es una rama. Pero no, no es una rama: es un árbol.
Que no, que no estoy equivocándome. Es un ficus. 
Los ficus, los mismos que usted ve refulgir en algunas calles, o en los comercios de plantas, son árboles muy audaces, que se animan a nacer y crecer en alturas.
Peeero...también son bastante pretenciosos. ¿Que por qué lo digo?
Pues la cosa es así: a los ficus no les gusta ser parásitos de nadie, son tipos honestos, que quieren  arreglárselas por sí mismos. O sea: les nacen a la palmera por el costado y en las alturas, pero no viven de ella, sino que aspiran a poder llegar con sus raíces a tierra firme, cosa que les lleva una módica cantidad de tiempo... por ejemplo, el de la foto, va por unos cincuenta años de intento, y creemos que en unos cincuenta y pico más llegará a tierra.


Una planta parásita no tendría esas nobles intenciones, y exprimiría la savia de la pobre palmera, eso sí, sin matarla, porque el ficus sabe por ficus pero más sabe por viejo, que ningún parásito mata a su víctima porque no le conviene.

Pero el ficus no es un parásito. Sólo un asesino, pero consciente de que su meta es alcanzar la autonomía.

En pos de ella, y tomándose su tiempo, el ficus va llegando, va llegando... y en el camino de llegada se van produciendo algunas contingencias, metamorfosis y fenómenos extraños, por lo que las raíces del ficus, -en descenso en cuanto a su dirección, pero en ascenso en cuanto a su autonomía y entidad-, comienzan a estrangular literalmente las raíces de la palmera hasta fagocitarla incluso en su apariencia.

Por lo cual el señor guía del Jardín Botánico dio en llamar a esta última parada técnica "la escena del crimen".

¡Tamaña belleza la del ficus que se morfó a la palmera que lo vio nacer!

Luego vino la hiedra, y magnánima y ecuánimemente decidió cubrirlos a todos con su manto de verde piedad, y verde que te quiero verde, esta escena que tardó muchos pero muchos años en desarrollarse, se acabó, dejándonos tan perplejos como extasiados.

Picardías de la Flora.




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