(cualquier similitud con situaciones de la vida humana es pura coincidencia)
Una planta parásita no tendría esas nobles intenciones, y exprimiría la savia de la pobre palmera, eso sí, sin matarla, porque el ficus sabe por ficus pero más sabe por viejo, que ningún parásito mata a su víctima porque no le conviene.
Pero el ficus no es un parásito. Sólo un asesino, pero consciente de que su meta es alcanzar la autonomía.
En pos de ella, y tomándose su tiempo, el ficus va llegando, va llegando... y en el camino de llegada se van produciendo algunas contingencias, metamorfosis y fenómenos extraños, por lo que las raíces del ficus, -en descenso en cuanto a su dirección, pero en ascenso en cuanto a su autonomía y entidad-, comienzan a estrangular literalmente las raíces de la palmera hasta fagocitarla incluso en su apariencia.
Por lo cual el señor guía del Jardín Botánico dio en llamar a esta última parada técnica "la escena del crimen".
¡Tamaña belleza la del ficus que se morfó a la palmera que lo vio nacer!
Luego vino la hiedra, y magnánima y ecuánimemente decidió cubrirlos a todos con su manto de verde piedad, y verde que te quiero verde, esta escena que tardó muchos pero muchos años en desarrollarse, se acabó, dejándonos tan perplejos como extasiados.
Picardías de la Flora.
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