Hoy: Un amigo nuevo no es lo mismo: nos quiere por la mitad
¿Qué
mitad es la que quiere el amigo nuevo cuando uno ha tenido una vida llena de
vidas? ¿Conoce una mitad o un tercio o un octavo que son imposibles de
establecer en medidas numéricas? Son más bien etapas distintas, a veces muy muy
distintas de una vida que ha hecho giros y saltos, que no se ha quedado quieta,
ni siquiera frente a lo que la vida misma ha hecho con uno, quiero decir,
frente a lo que no se elige.
Siempre
que pienso en ésta, tu frase de Zamba para Pepe, me acuerdo de la serie Vientos
de agua. Ahí no eran sólo los amigos nuevos, sino los propios hijos, los que desconocían
la primera ¿mitad? de la vida del personaje central interpretado por Alterio;
una mitad que no llega ni remotamente a mitad si se la contabilizara en años,
pero la pucha que era una muy grande mitad, si se la entiende como la raíz
oculta de un árbol que de ahí en más crecerá trasplantado.
¿Qué
te pasó, papá? Le pregunta el hijo a Alterio en España, ya ambos en España,
dispuesto a escuchar eso de lo que nada conoce.
También
me acuerdo de la historia de Yira Yira que cuenta el propio Discépolo, en lo
referente a la imposibilidad de hablar del dolor propio cuando es demasiado
intenso, de la necesidad de esperar para poder convertirlo en letra de un
tango, en obra de arte, en algo creativo, en definitiva.
¿Qué
mitad de qué vida conocen nuestros nuevos amigos?
Y
también en esto yo te entendía mal, María Elena, porque creía comprender que
ese “nos quiere por la mitad” se refería a que el amigo nuevo no nos quiere lo
suficiente, por el hecho de querer sólo esa mitad a la que puede acceder, y no. Lo que nos
querés decir es otra cosa, que no está en el amigo nuevo ni en su amor entero
hacia una parte nuestra, sino en que sólo nosotros sabemos cuál parte quedó
afuera de su amor, no por amar menos, sino por desconocer.
En
tal sentido, cabría decir lo mismo de los amigos viejos. Viejos, sí, porque no
se re actualizan, porque a fuerza de no tratarnos, siguen fijados a la ilusión
de que somos las mismas personas que fuimos cuando ellos nos frecuentaban, con
los mismos pesares y las mismas alegrías, con las mismas personalidades y formas
de responder a las gracias y a las desgracias.
Y
no: nuestra vida realizó una metanoia. No somos los mismos, y sabemos que ellos
tampoco pueden serlo, incluso si se hubieran quedado en la versión de quienes
eran. No serán los mismos, porque una vida que se estanca, aunque se congele en
el mismo paisaje, no será nunca la misma que cuando ese paisaje, esa postal,
era hjja de un fluir y no de un resignar.
Por
eso los amigos podrán ser antiguos, antiquísimos, pero no envejecer, -al menos
no caducar-, si aun cuando no nos hayan frecuentado o nosotros a ellos, se
permiten la comprensión de que debemos conocernos de vuelta, se permiten
hacerse y hacernos la pregunta acerca de quiénes somos ahora.
Por
eso, María Elena, podrá existir el dolor de ser querido por la mitad, o por el
tercio o por vaya a saber qué vida de todas las que fuimos hacia adelante o
hacia atrás, existirá ese dolorcito o dolorón de no ser queridos todos-toditos,
cosa que de algún modo es y será también una ilusión.
Eso
sí: qué alivio poder hablar de nuestra vida a quien conoce algunos de sus
personajes principales, esos del inicio, como papá y mamá, sin tenérselos que
presentar.
Pero,
no obstante: qué alivio también tener quien lo conozca a uno sin tener que
explicarle quién era uno antes, qué lastres arrastraba y qué maneras que jamás
hoy cultivaría en su sano juicio, tuvo que dejar en el camino; qué alivio no
tener que volver a presentarse.
Mas
qué alivio también los que regresando humildemente, se saben otros y nos saben
otros, por lo que tienen el respeto de no querer ni pretender adivinarnos, ni
mucho menos sonreír frente a cosas que suponen que conservamos, como si el
tiempo que pasó para ellos no hubiera pasado para nosotros también, no nos hubiera
podado y renacido las ramas y las flores.
Amigo
viejo o nuevo: gracias siempre por la pregunta ¿quién sos hoy? ¿qué te pasó?
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