Siempre sostuve, y sigo sosteniendo, que hablar de los árboles es un remedio, una cura eficaz, porque los árboles son metáforas espléndidas que tata dios nos ha dado para entender nuestra vida cuando pierde sentido, para entenderla en todo momento.
Testigos silenciosos cuya existencia larga supera en tanto la nuestra, cuya memoria podría hablar de sucesos inimaginados, presencias, los árboles están ahí, férreos, para abrazarlos, para contemplar con éxtasis la textura de sus troncos, las filigranas de sus ramajes. Están allí, con troncos podridos que retoñan, al decir de Machado y Hernández, y con frágiles troncos ocultos por la nieve, al decir de Kafka.
Los árboles, son ejemplos maravillosos cuya vida podemos emular, como el aromo yupanquiano, o metáforas sutiles como la de Chuang Tzu respecto de la utilidad de lo inútil.
El árbol, siempre, en su belleza, en su sacralidad.
Sin embargo, por primera vez en mi vida puedo darle sentido a la frase de Brecht, sin atribuirle la connotación negativa que antes otorgaba yo de algún modo a la expresión de la angustia, de la urgencia frente al horror de los tiempos. Me refiero a los versos que dicen:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario