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miércoles, 3 de enero de 2024

sobre flores, abejas y colmenas, primera parte

“Si no es bueno para la colmena, no es bueno para la abeja.”

Me quedé pensando en esta frase de Marco Aurelio. 

Si mi dar no me incluye como beneficiario, no me sirve ni le sirve a nadie.

Si mi amor no necesita dar al amado para realizarse, no me sirve ni le sirve.

Si la felicidad del amado no me incluye, no me sirve ni le sirve.

Lo que necesitamos en horas oscuras no son apoyos solidarios hechos en nombre del deber, sino amigos que en nombre de sí mismos decidan quedarse a nuestro lado, porque nuestro bien les incumbe.

No que hipotequen su vida por nosotros, ni hipotecar la nuestra por ellos.

No confundirnos en un supuesto amor incondicional que no existe ni creo que sea sano que exista en ningún vínculo humano.

Condiciones las hay, límites, los hay.

Pero no tanto externos como sí internos. Y deben respetarse.

Uno de ellos es el derecho a no dar en donde no deseamos hacerlo.

Pero allí donde demos, allí es que amamos

En la forma que sea. Amor al prójimo, al amigo, a la pareja, a la madre, al padre, o al hijo, al hermano-hermana en todas sus formas. Amor de donación, de gratuidad, donde a mí me complace hacer lo que hago por el otro, porque ese bienestar del otro forma parte también de mi bienestar. Regalarle un caramelo porque sí, invitarlo a tomar un mate.

No todo puede reducirse a la fórmula simplista “ese es su problema, no el mío”. Aunque sea cierto, y aunque sea el otro el que tiene que moverse, el alcance de los problemas de quienes amamos nos afectan. A veces es bueno no hacer nada, alejarse, dejar que el otro se ocupe de sí.

Sin embargo, tantas otras veces, somos nosotros ese otro que necesita simplemente un oído, una flor, una mano que tome la suya. Y registrar eso también es necesario.

También aprender a recibir es una alta forma de dar. Porque quien hace un regalo en el formato que sea, lo hace esperando el gozo profundo del destinatario. Si ese otro no toma lo que tenemos para darle, nos entristece y se entristece. Tomar un regalo es otra forma de regalar.

Estamos acostumbrados a medir las cosas en términos de pérdida –ganancia.

Pero sólo cuantitativa, y en términos de equivalencia casi monetarios.

Yo te doy una flor, vos me das una flor, yo te regalo algo caro, vos me regalás algo caro.

Y yo creo que la vida funciona de otro modo.

La medida está en el regocijo del cuerpo, en el gozo con que recibe nuestro estómago una visita, una propuesta, un encuentro. 

Si no, si estar con alguien tiene sólo valor de intercambio pero nada nos aporta, mejor irse. En las buenas y en las malas. Si decido ayudar, que sea por mí, si decido quedarme, que sea por mí, si decido irme, que sea por mí. Es la mejor manera de que el otro no se sienta una carga, una mera obligación, sino alguien a quien le damos la bienvenida tal y como esté.



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