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viernes, 18 de febrero de 2022

CLAUDIO FERRARI. CUATRO CARTAS- segunda entrega



Segunda Carta.

Querido, gracias por las estampas de los cuadros de Sorolla en la exposición en el Palacio de Cristal. Recuerdo nuestros encuentros en el Retiro,  la nieve, mi salud sin mella, los paseos tras el viento de Madrid, la procura y el hallazgo de nuestra intimidad.   

Usted insiste en saber si lo amo; requiere una seguridad imposible, mientras yo misma quisiera para mí esa certeza. Tengo la voluntad de amarlo, pero, ¿alcanza con eso? Es mentira sólo la voluntad, me digo, y pienso en usted. La voluntad le sirve únicamente a los cobardes para gestos tan vulgares como ahorrar esfuerzos o vivir tranquilos. Pero para los actos heroicos no alcanza. Más aún, la voluntad, sola, es molesta y obsecuente de esa moral que suele premiar tibiezas. Para realizar actos verdaderamente trascendentes, para inventar el mundo como un poema o crear belleza, o intentar cruzar un desierto para encontrar al hombre amado, y soportarlo todo, y al fin lograrlo, y al llegar mirar sus ojos apenas un instante, y luego, inmediatamente, regresar, y padecer mas aún que al principio de ese viaje alucinado, y saber que toda la vida se deberá volver a cruzar ese desierto nada más que para verlo solo ese instante, es necesario tener el alma desquiciada, la razón oscura, la sangre vehemente y con bullicio, me digo, y pienso en usted, querido, apenada de mí, infelizmente incapaz de que la gracia de esa hazaña me sea dada. ¿Puede entenderme? No se puede hablar de amor en estos casos, razono. Cuando es tan grande y confunde tanto lo que se siente y se sabe y se ignora, ya no se trata de amor. Es otra cosa, un sentido de más y malformado, una extraña creación que se desata, el milagro de un dios que no cree en sí mismo, lunático y extraviado. ¿Debo pedirle perdón por no saber si lo que siento por usted es amor? Sí, he de pedirlo, porque lo que ignoramos y el otro requiere de nosotros, siempre lo lastima y produce esa desavenencia que lleva al desamor. Se lo ruego, si no le es posible no me perdone por eso, pero no me olvide. Puedo soportarlo todo, menos su olvido.

Suya,

E.

21 de abril de 1957

PD: La luna pasa esta noche por mis ojos, susurra delicada su nombre, querido, y se deja ir ahora, en silencio, sutil. Yo recién escuché, magnífica, cantar su melodía, querido; esa luna que usted me escribe y me dibuja, como usted, devota de la fe en el amor. ¿Podremos, alguna vez, juntos, volver a ver la misma luna?

PD 2: ¿Se ha encontrado con mi hermana?  Ninguno de los dos me lo dice. ¿Por qué?

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