Y hacerlo durar

Hay una cita de un libro que no he leído, pero que en sí misma es una joya y  quiero compartirla. Dice:

"El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. 

Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo ya.

La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno. Y hacerlo durar, y darle espacio."

(Reflexión de Marco Polo en su conversación con Kublai Kan, en "Las ciudades invisibles", de Ítalo Calvino)

Y el secreto es “hacer durar” el aceite que alimenta el fuego de la lámpara.

Sentir que algo estuvo bueno, que fue valioso, es asignarle categoría de luz sobre la tierra, es agrandar de a pedacitos pero implacablemente la alegría de nuestro corazón.

La celebración de los hechos pequeños que construyen nuestra vida se hace cantándolos, bailándolos, escribiéndolos, y contándolos muchas veces, propagando su calidad de buena nueva, permitiendo que así como las heridas dejaron surcos, también creen su cauce las caricias para que el río que inauguran riegue de oxígeno exacerbado y puro el aire de nuestro corazón.

No importa qué nos suceda, la calidad de la vivencia está dentro nuestro, y la calidad de la respuesta aún a las vivencias más devastadoras para trasmutarlas, también.

Nuestros corazones humanos saben cómo llegar, estamos preparados para eso.

Para entrenar la memoria de lo que enciende la vida.

"Exige atención y aprendizaje continuos", remarca Calvino. Y así es: "donde está tu atención está tu conciencia", repite Stella Maris Maruso.

Aprender a poner la atención ahí, donde podemos dar y tomar ese "te amo" sin palabras que es pura donación, sea de un humano, del mundo, de la naturaleza toda. Aprender a poner la atención ahí:  donde sí, donde canta.

Darle espacio: vivir.

Hacerla durar: honrar su memoria