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sábado, 7 de octubre de 2023

Mi mamá con bigote




Aprendí, cuando me tocó el turno, lo bonito que es agasajar a las personas viejas. Pude disfrutarlo mucho con mis dos tías queridas, pero muy especialmente con mi mamá.

Salíamos mucho juntas, ya desde hacía un buen rato, y sería injusto decir que mamá fuera vieja por entonces.

Muchos viernes por la noche nos solíamos encontrar a la salida de mi escuela nocturna a tomar un café en la Londres, una confitería que, como tantas, ya no está.

Disfrutamos muchos momentos y salidas, y muchas veces ella se quedaba con mi perra Lobita mientras yo iba a trabajar, aprovechando mi lugar para darse un lugar a ella misma. Se quedaba a dormir en casa, y era, como todo lo que compartimos, una fiesta.

El tiempo, -como corresponde-, fue pasando, y algún día de veras ella fue una anciana, aunque siempre supiera aparentar unos diez años menos de los que tenía, porque su sonrisa se mantuvo joven siempre. También su piel.

Le gustaba enormemente arreglarse, vestirse bonito, pintarse, ponerse alhajas.

Sin embargo, y aunque nunca necesitó depilarse, la perturbaba un poco una suave pelusa en su bigote, y también esas arruguitas inevitables que se van formando con el tiempo en esa zona.

Recuerdo con mucha ternura una vez que habíamos ido juntas a tomar un helado.

En la entrada de la heladería había un gran espejo, de esos en que uno puede mirarse de cuerpo entero. Cuando volví del mostrador trayendo dos helados en las manos la encontré estirándose la piel del bigote y cuando se supo observada por mí en ese gesto ambas nos empezamos a reír sin parar.

Por entonces yo tampoco me depilaba el bigote, y no sabía que existían, -además de la penosa cera-, otras formas menos trágicas de ejercer la depilación, una de ellas, la simple y rápida crema de depilar.

El tema de las arrugas era más complicado de solucionar. Pero cada vez que hoy recuerdo esa escena le cuento en voz baja que yo no sabía, que si lo hubiera sabido, habría hecho algo por aliviar esa parte suavemente peluda de su sufrimiento, suavemente peluda, como un panadero que se lleva a jugar el viento.

 


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