En una de las inolvidables clases de Filosofía del CBC de la UBA que tuve el placer enorme de cursar hace tiempo, recuerdo que la adjunta, una profe genial, nos explicaba el espíritu de los tiempos barrocos... Para abordar lo que ocurría en materia del pensamiento, ella se basó en la obra de Rembrandt, la genial Lección de anatomía. La puntualización fue a dar precisamente en la mirada de los que asistían a dicha lección, ya que mientras el expositor disecciona ciertos músculos del cadáver, la observación no se aplica a lo que sucede allí, en ese cuerpo, sino a lo que sucede en el libro que alguien sostiene en el el ángulo derecho de la escena. La representación de las cosas, la explicación de las cosas era más significativa que las propias cosas.
Ni remotamente pretendería suplir en esta modestísima nota el conocimiento y los años de estudio de mi profesora. Sólo me propongo al tomar esta situación como referencia, hacer una suerte de analogía, para poder hablar un poco respecto de a dónde va a parar nuestra atención en nuestra vida cotidiana.
Porque si la masa de una tarta me está quedando o muy chirle o muy seca, por más que revise la receta y me diga que todo está muy bien, algo me quiere decir mi propio tacto, en contacto con la masa. ¿A qué le presto atención entonces?
Sé de un anciano que todos los días controla la concordancia o disonancia de su sensación de frío con la temperatura 'real' , por lo cual si hay concordancia, se tranquiliza, pero si él siente más frío que el que 'debería (?) sentir, se martiriza.
Si algo que estaba en la heladera huele mal, y al revisar su fecha de vencimiento todo está perfecto, pero no obstante sigue oliendo así, ¿a qué le hago caso?
Y lo cierto es que está muy bien guiarse por un manual de anatomía, y estudiarlo con muchísima atención. Pero sin dejar de contrastar lo que se lee con la realidad, y asegurarse no sólo de que esté actualizado, sino de que sea un manual de anatomía.
Muchas veces estamos siguiendo la coreografía de otra danza que no es la que suena. No parecemos muy entrenados para cambiar de ritmo aunque nadie anuncie que se acabó el vals y empieza la chacarera. Nuestro oído tiene sin dudas la información fidedigna.
En los vínculos humanos no habría que olvidarse de chequear el clima mientras se está con el otro. Hay quienes se mantienen fieles al manual de instrucciones que les dio alguien, o que urdieron anteayer, en vez de pulsar la situación según cómo se presenta. Escucharse el cuerpo, y tratar de registrar el ajeno, y a falta de datos, hacer las preguntas necesarias. Escucharse el alma del mismo modo, para no olvidar la anatomía fluctuante, temblorosa y actual de todo lo que está vivo, y no permite ser diseccionado.
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