Hay que abrirlos. Sólo hay que abrirlos.
Como
abrir el piano que acaba de llegar a mi casa, y aceptar el paso de los años en cada uno de mis dedos. Y también el paso de los años sin haberlo tocado.
Sin embargo, -de a poco, a pura frecuentación-, el milagro de la apertura
del cofre del tesoro, se produce.
¿Cuál
será el tesoro y cuál el cofre? No lo sé.
Sé
que así, -a puro frecuentar- nos conformamos, en el sentido de darnos forma a
nosotros mismos. Algo en nuestra infancia y en cada una de nuestras vivencias
significativas deja esa huella mnémica que creemos muerta, pero sólo duerme,
como esa bella del bosque que espera el beso adecuado.
Concretamente,
en pocos días han aparecido en mi cabeza melodías de cuando recién comenzaba a
tocar, o de algunos años más tarde, preludios fáciles de Bach, ‘El primer
dolor’ del Álbum para la juventud de Schumann…Y a pocas horas de estrenar la
presencia de este coloso en mi pequeña casa, aparece sola y desvergonzada la
melodía de Reverie de Debussy, que había llegado yo a tocar muy bien para mis
diecisiete, pero luego nunca más.
¿De
dónde surge todo aquello? Cada uno de mis dedos, -aun no teniendo la misma ductilidad
que supieron tener, y con algunas limitaciones sutiles posteriores
a la fractura del año pasado-, sin embargo son capaces de realizar esa magia prodigiosa. ¿Qué seremos realmente capaces de olvidar? No lo sé.
Si
me corro un poco del tema del piano, también estos últimos tiempos, desde que frecuento
más la casa que era de la familia, se me aparecen fragmentos de poemas iniciáticos,
frases enteras de alguno de mis primeros pininos, de los que ni siquiera conservo copia,
o si la guardé, no sé dónde podría estar.
Creo
que frecuentamos muchas cosas: pensamientos, personas, recuerdos, ideas... frecuentamos situaciones, y ese ir y venir hacia esos lugares internos o
externos deja una huella que, aunque podamos abandonar por tiempo
indeterminado, a fuerza de volver sobre su trazo, nos recupera la vivencia que
la originó. Encontrarnos con personas que compartieron tiempo intenso con
nosotros nos abre a mundos insospechadamente vivos dentro nuestro: idiomas o
códigos comunes, bromas, anécdotas, paisajes… Necesitamos del otro para
reconstruir pasajes enteros de nuestra vida.
Tener
por primera vez un piano en casa, mi propio piano, -estela también del piano materno
que lo hizo posible-, abre en mí naufragios deliciosos por mares antiguos.
Los
pasos que hemos pisado merecen ser recogidos para otorgarles frescura e
investirlos de lo que somos hoy, en este tiempo presente tan habitado por lo
que fue y por el ferviente deseo con que los sueños esperan por fin dejar el
útero y nombrar la vida.
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