Después de mucho esperar en silencio, el piano que había sido de mi madre, -un Ibach de cuarto de cola-, se fue al taller de un excelente luthier para ser salvado a la vida útil.
Como realmente no está en mis posibilidades espaciales tener conmigo un amigo sonoro de tales dimensiones, ni tampoco mi pretensión acerca de lo que en este momento representa para mí tocar un piano las justifica, pues resolvimos hacer un trueque por un buen vertical también usado, en dignas condiciones.
Es un hecho histórico en mi vida adulta poder tener un piano en mi casa, ya que estudié siempre en la casa materna.
Es algo muy emocionante para mí contar con esta posibilidad, tan ansiada, y que hace honor a mi madre, a su legado, tanto como a la familia que le dio permiso a sus sueños para tomar consistencia.
Mar supo festejar la llegada de los señores que lo armaron, y el resto será ir descubriendo la fiesta cotidiana de su presencia, que espero produzca mucho sonido, mucho arte y mucha vida.

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