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sábado, 27 de noviembre de 2021

LOS ZAPATOS DE BEATRIZ

I

Había una vez una mujer llamada Beatriz que solía cambiarse los zapatos cada vez que iba a entrar en un espacio que ella consideraba sagrado. Era hermana de un tal Rantés, y un dia el director de  cine Eliseo Subiela decidió contar la historia de ambos. No inventó la historia, sólo la contó. Por eso es que el mismo Subiela jamás pudo contestar a nadie la pregunta recurrente de por qué Beatriz se sacaba los zapatos para ponerse otro par.

Un día Beatriz tuvo un encuentro amoroso con el siquiatra que atendía a su hermano Rantés. El siquiatra estaba muy intrigado por ellos, pero sin embargo o tal vez por eso mismo, se había hecho amigo. Y ella le había gustado. Así fue como un día, después de haber permitido por primera vez que en el manicomio se realizara un concierto en que la novena de Beethoven fue dirigida por el propio Rantés, y en la que locos y cuerdos disfrutaton por igual, el hombre también se permitió dar rienda suelta a su sentimiento por Beatriz, y después de hacer el amor él comprobó que de sus labios salían gotas de un líquido azul. Entonces, horrorizado ante lo desconocido, lo enigmático, y alegando que le estaban tomando el pelo, como si se quisieran burlar de él, la insultó, y la echó violentamente y sin retorno de su mundo.

Rantés murió, bastante ayudado a morir por quienes lo trataban en el manicomio, y Beatriz se dedicó a caminar. Esto no lo cuenta la película, pero fue así. 

Ella sentía mucha tristeza por Rantés, y también se acordaba a menudo del siquiatra con ternura y pena porque el hombre, antes de conocerla, usaba su tiempo libre en mirar las películas de cuando él y su ex mujer se amaban, y así pasaba largas horas atrapado justo donde comenzó la película de Subiela. Se acordaba de él con amargura también. Pensaba que él se sentía sano, del lado de la vida que se permitía expulsar a otros en nombre de la salud.

Beatriz caminó mucho sin cambiarse de zapatos.

De pronto pensó que era inútil querer comprender todo, el por qué de su cambio de zapatos era ajeno a la comprensión de muchos, y ella además nunca había pedido a nadie que comprendiera eso, sólo pretendía que la acompañaran a caminar; y pensó también que ella tampoco podía entender muchos por qués de los demás, como los del siquiatra sano o enfermo qué más da, como el por qué de no dejarse llevar por la música, de no dejarse tomar y conducir por ella.

Siguió caminando y renunció a sus zapatos: ya no la expresaban, ni esos ni ningunos otros. Sólo quería andar descalza por el verde del césped, con la sencillez de la vida por compañera inmediata.



II

Mientras Beatriz seguía su marcha descalza, recordaba sus últimos zapatos. Los había acomodado junto a un árbol, cercano a una plaza, así, prolijamente, dispuestos como para que alguna persona, seguramente una mujer, los tomara, y pudiera darles utilidad.



Se quedó pensado largo rato en eso de ponerse en los zapatos de otro. Ella y Rantés, sobre todo Rantés, habían querido hacerlo. Recuerda la escena en que él, su hermano, su amigo, recuerda Beatriz la escena en que él, -con música de Monteverdi-, se divierte usando la telekinesis en mover los platos sabrosos hacia donde los necesitados de comida los recibían festivamente. 

Rantés quería ayudar. Pero también quería ayudar a comprender por dónde. A él le interesaban los misterios, pero el objetivo principal era poner en primer plano la desidia humana, -ése, el grande misterio-,  la manera entre estúpida y cruel de dejar pasar la vida sin usarla, sin hacerse felices los unos a los otros, con la música, con el baile, con la risa, compartiendo la comida y no solo la comida. Compartiendo la angustia, el dolor, ofreciendo la mano y también pidiéndola. Eso lo convertía en extraterrestre.

Sin embargo , y  aunque Subiela había captado muy bien la situación, no sólo los personajes periféricos de la película parecían no entender nada, sino también los muchos espectadores que hicieron objeto de debate el origen del padecimiento psíquico de Rantés y de Beatriz, o el origen extraterrestre de ambos, como en el cuento zen en que alguien señala la luna y el ojo que observa  se queda mirando el dedo.

Beatriz no se quedaba mirando el dedo. Ella caminaba mirando la luna. Sólo miraba para abajo lo suficiente como para no hacer desastres, o para detenerse junto a alguna flor, algún insecto, o ante cualquier evento que la relacionara con la belleza.


foto 1. Marina Camporeale
foto 2: Cést moi 

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