Visitantes cósmicos de buena voluntad,sean bienvenidos a este lugarcito que albergará poemas, pinturas y toditas cosas que habitan mi alma...


martes, 22 de febrero de 2022

INERCIAS Y GIOCONDA BELLI


Nunca pude completar series de nada, tampoco he sido de adulta una lectora erudita. Recuerdo una vez que me encontré con un colega dado a escribir poesía, y después de que me espetara que se encontraba leyendo todo Kafka y todo Freud, al preguntarme en qué andaba yo al respecto, le contesté que tejiendo al crochet y leyendo un poco de Rilke.

No me van las series de cosas, en nada. Sería incapaz de describir con propiedad por ejemplo qué clase de hombres me gustan según una tipología convencional, o establecer alguna serie de características homogéneas con que agrupar a mis amigos más entrañables.

Quiero decir que es poco común que me enloquezca toda la obra de un escritor o de un músico, y en cambio más frecuente que me encante una obra en particular dentro de un conjunto donde las demás no me impactan, e incluso que con esa sola obra me alcance para amarlo.

Es cierto que de chica y de adolescente fui una lectora apasionadamente constante. Hábito que con los años fue decreciendo en cantidad y frecuencia, no así en intensidad.

Sin embargo por razones extrañas o no tanto, en los últimos años fui abandonando el hábito de leer en papel. Algo así como una rapidez extrema, como una voracidad mal llevada,- parecida más a la ansiedad de quien tiene que resolver rápido un resumen para un examen-, terminaba paralizándome, concluyendo en abandonar la lectura.

Entonces empecé a no avergonzarme al decir sencillamente que no estaba leyendo, excepto uno o dos libros de cabecera, pero sin pretensiones literarias. Y en cambio, -desbordada en mi necesidad de expresar-, creo haber escrito en estos últimos tiempos casi más que en lo que llevo de vida.

Así que me dije: está muy bien así, hay tiempo para todo. ¿quién te obliga a leer? ¿hay que ser políticamente correcta en esto también? Sí, claro que es deseable para mí volver a hacerlo, pero no obligatorio.

Entonces cuando el otro día salí de una consulta médica de rutina, y me topé con una de las librerías más apetecibles que uno pueda imaginar, me hice la pregunta: ¿para qué vas a entrar Claudia querida? ¿para corroborar una vez más tu incapacidad momentánea de elegir un libro que te interese realmente, comprando alguno de esos que uno debiera haber leído para luego dejarlos de adorno? Y me dije: si vas a romper una inercia, con lo difícil que ya sabés que es eso, ponele garra, escuchá tu intuición, olfateá debidamente y si realmente aparece, ahí sí: llevalo.

Y entré.

Andaba primero a la deriva, y luego decidí preguntarle a la vendedora dónde quedaba la sección de poesía. Había varias. Así que empecé a pispear: eso en mi idioma significa, abrir el libro y ver qué me transmite esa o esas páginas tomadas al azar.

Y lo que siguió fue un largo e intrincado periplo en donde abriera lo que abriera, no me convencía.

También yo… ¡qué exigencias estrambóticas tiene en este momento lo que busco!

¿El conflicto existencial o el tedio vital de la mayoría de los escritores no leídos por mí hasta ahora? ¿La tragedia de Gabriela Mistral después de que su hijo adoptivo se suicidara, la locura de Anne Sexton? Mmm. No estoy queriendo ni Violetas, ni Alejandras, ni ninguna mujer de toda la saga de suicidadas después de haber sido intensas y maravillosas. Ni tampoco Cesares Paveses, ni condes de Lautremont: con todo respeto que merecen. Y es que vengo queriendo algo más bien vitalista.

¿Qué leer ahora diosito? ¿Qué leer? En el fondo quiero algo erótico, y en lo posible que exprese el eros de mujer heterosexual, no por discriminación, sí por identificación. Quiero indagar en las formas en que una mujer y un hombre pueden vivir su heterosexualidad desde la celebración, y no desde la tragedia o el dolor, porque Idea hay una sola, y no hay muñón que duela más que lo que ella ha podido describir, y ya sé llorar mientras escribo, cosa que antes no sabía ni que fuera posible, así que no.

Y de pronto irrumpió Gioconda Belli. Sin demasiadas nociones acerca de ella me bastó con leer unas líneas para sonreír y exclamar para mis adentros: ¡Esto es! ¡Sí!

Entonces con la misma determinación con que a mis diecipico elegí a Hans Magnus Enzensberger en esa librería de Once que sentí iniciática, salí feliz con mi Gioconda bajo el brazo, imaginando lo lindo que podrá ser seguir leyendo un libro que habla de una mujer que se convierte en enredadera.

Al retornar a casa y buscar su biografía, me encontré con la militancia, la guerrilla, el Sandinismo. Pero esa parte hoy me seduce poco, tal vez porque últimamente descreo de las revoluciones políticas aunque tal vez se trate de una ceguera momentánea, prefiero las revoluciones de cuerpo pa´dentro, de alma pa´dentro. Vengo teniendo ganas por ejemplo de descubrir cómo sería una revolución de la heterosexualidad, esa forma de sentir que necesita reivindicar y encontrar su propia alegría y frescura en un momento que percibo tan histérico e insatisfecho, tan “como si”, tan visual e incomunicado, tan carente de coraje, de matices e intensidades.

Así que, contame Gioconda tu propia revolución mientras voy haciendo la mía. Dale que venzo un poco la inercia y te leo entera.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario