Vivo hay días
en una canción de amor que no sucumbe aun cuando no haya un humano que la cante conmigo
Es que después del desierto hay arbolitos caracoles de mar y noctilucas
El desierto y la lluvia se parecen dejan marcas de leche en las veredas dejan siestas sedientas de amor en las ventanas
Es la canción de amor de mi perra y yo
en la que ella es un cervatillo negro pequeñito al que le faltan los cuernos y el bosque
y le sobra la mirada azul la mirada café de sus ojos intensamente tiernos y espejados
en los que yo me miro más bonita y puedo inventar mundos que antes no existían
Yo puedo caminar enamorada sin que nadie lo sepa por las calles nubladas y densas de mi barrio
como si estuviera en un arrabal de las delicias en el paraíso terrenal en el que el cielo se asoma generoso, sólo mirando hacia arriba, y me devuelve
las copas majestuosas de los árboles simples
o acaso ramajes apuntillados por los copos de algodón de los palos borrachos
Sin duda Mar ha hecho mi canción más frondosa
la canción de las torcazas que merodean y de los colibríes que saldrán a saludar desde algún rincón de los sueños
en que las niñas danzan y son felices y de mi mano van como si yo, otra niña
las llevara a buen puerto en mi mirada
esa que es generosa como pocas veces cuando canto por las calles canciones en francés como si supiera pronunciarlo y qué dicen, pero no importa
Porque después del desierto hay pajaritos
Hay guitarras que vibran en las mañanas del despertar y son presencia aunque yo no las toque
Hay la lengua que me habita parlanchina y me piensa me recuerda me da vuelta
las estaciones del alma
Y me hace hablar con la frescura de las lenguas de los niños cuando nada se les entiende y ellos sonríen como si quisieran traducirnos una magia sentida en un idioma que ya no conocemos
Vivo hay días en un canto encantado en un enamoramiento que me hace recordar mis picardías mientras sonrío en una calle triste
Y sin embargo, Issa,
y sin embargo...
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