LA RISA DE EROS
En todo puente hay un puente de Madison
una Francesca y un fotógrafo de National Geografic
En todo puente hay otro puente
en que se encuentran dos que dejarán de ser los mismos:
una Francesca que se desconoce en la que era
y un Clint Eastwood que se descubre nuevo en lo que vive
En todo puente de Madison hay
un fuego inexplicable
un gran deseo de atravesar los miedos más profundos
que encuentra el coraje para hacerlo,
y unas ganas inmensas de vivir a lo que salga esa emoción
que tira más fuerte que cualquier visión de la vida y del amor
que se pudiera haber tenido hasta el momento.
En cada Clint Eastwood hay un Pino Solanas escondido
que le susurra a Susú Pecoraro que todo amor hace crecer
Y en cada Francesca, en cada Susú,
una hembra receptiva y anhelante
de su propia metamorfosis.
Y aunque Miguel Ángel Solá se vuelva loco en su cárcel
o aparezca el granjero de Iowa y le arroje una granada al puente
que lo haga estallar en mil pedazos,
aunque el fotógrafo se mande a mudar antes de llegar a cenar por segunda vez juntos
Y es más: aunque se vaya dando un portazo y escupiendo,
Eros es sabio
y en su versión de Cupido
sabe que donde pone el ojo pone la flecha
y que cuatro días locos pueden crear para toda la vida
un espacio inmenso abriéndose en donde hacía falta,
la habilitación de un modo de sentir
que va a seguir esa camioneta hasta el delirio,
y esa es su burla más poderosa.
La risa de Eros
ruge más fuerte,
y aunque se la aten,
saca la lengua
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